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Ante la persistente promesa de mis padres, de llevarme al parque “mañana”, descubrí un día el secreto: el presente se hace pasado al vivirlo y el futuro se vive sin notarlo mientras lo esperas.
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Un mazo de cartas en el centro de una mesa sin esquinas. Dos mujeres se miran frente a frente queriendo esquivarse, respiran el humo del tabaco que sutilmente esconde el vaho de un sudor nervioso que casi las delata. Ambas temen quedar al descubierto, una debe confirmar su futuro, la otra debe hacer honor al pasado. Dudan de sí a escondidas, levantan el mentón y asienten con fuerza, presionan con ímpetu sus dientes, dejando la lengua encarcelada dentro de una húmeda prisión de marfil que no deja que salga sonido alguno, asegurando que ningún temor será mostrado. Esta tarde ambas quieren triunfar mientras las cartas hablan, el miedo será vencido sin doblegar el orgullo, verán en los ojos de la otra, cual espejos convexos, el temor consumido en su propio rostro.
Antonia descansa su pesada osamenta en la butaca de cuero, la pequeña de madera le cansa la espalda, así que queda libre para quien viene en búsqueda de respuestas. Son las 3 y lleva 5 consultas, mira el reloj de pared, justo sobre la iluminada cabellera de la cita en turno. Una suerte de aureola negra se posa sobre los dorados rizos de una extraña conocida, la última de la tarde luce ensimismada en medio de la sala, y aún así llena el ambiente de una incomprensible sapiencia.
–“Con amor, para Antonia, mi Toñita querida. Besos: Julia”… Julia siempre sabe hacer un regalo, estos tabaquitos son los mejores. No sabía que Julia tenía una hermana tan…tan… tan diferente a ella, pues.
Alicia trata de acomodarse sobre el banco sin mostrar incomodidad, una tímida sonrisa tuerce sus labios de un lado, mientras recoge sus brazos extendidos sobre la mesa luego de haber colocado en el centro el aceptado obsequio. Asiente un par de veces, casi pega el mentón de su pecho, mirando hacia sí, ocultando sus cristalinos ojos.
Toña toma otro tabaco de la caja, el lazo rojo del envoltorio se escurre a ambos lados formando rizos irregulares, humedece repetidamente su boca, saboreando de lejos las hojas secas aprisionadas por manos otrora esclavas. Aún sin prenderlo, saborea el aroma dulce y amargo que pronto estará dentro de sí, sin dudar introduce un pequeño extremo en el aro metálico y presiona con sus dedos, contando el nudo que guardaba el apreciado tesoro, lo coloca en sus labios y poco a poco humedece en su interior el extremo que nunca sentirá el fuego pero que la llenará de humo; verifica con ambas manos el tamaño y la textura, cuando finalmente lo presiona entre sus labios, toma los pesados fósforos de madera y en un acto, casi místico, emerge fuego de la cerilla, incinera el extremo descubierto de tabaco, y aspira profundo, como si tratara de tomar para sí todo el aire de la sala, con los ojos casi cerrados contiene la respiración, al tiempo que contundentes y certeras sacudidas de su mano extinguen el fuego del madero, a final de un instante casi eterno, el aire se libera inundando de nuevo la habitación.
Alicia sigue sin distracción el recorrido de las negras manos de Toña. Sonríe de medio lado, casi nerviosa, casi orgullosa. Allí, sentada, con un mazo de cartas enormes que salen entre sus manos, reza en secreto para que no se caigan, concentrada en silenciar las voces invisibles para no ser descubierta. La duda emerge una y otra vez al compás de las cartas emparentadas en simétricos movimientos, tratando de convencerse a sí misma de la solidez de su plan perfecto: las figuras sólo son capaces de predecir el futuro que está por darse, lo inmediato ya es cosa del pasado.
Toña va colocando las cartas y mira a su neófita clienta. Una media sonrisa se asoma al notar por el vidrio de la mesa que mueve la pierna con insistencia apoyada sólo en la punta del pie, haciendo temblar sutilmente su delgado cuerpecito, las manos inquietas bajo el cristal, con nudillos que son presionados rítmicamente hacia adelante y hacia atrás, la vieja respira profundo como si pudiera inhalar el miedo que despiden sus movimientos en el ambiente, percibiendo su hedor por encima del tabaco en combustión.
–Está nerviosiiiiiiiiiiiiiiita, esto es lo bueno con las muchachas, es que ¡muchacho no es gente grande!, tenía rato que no veía semejante temblequera, esta está listica, creerá todo lo que digo, con tanto nervio no se puede ni pensar, y con este dolor de espalda tampoco dan ganas de tanto jorungar.
–¿Tas lista?
La niña asiente enérgica, mientras presiona con fuerza ambas manos en su regazo. Las cartas comienzan a caer en la mesa, formando una imagen en desorden aparente, creando una figura indescifrable. Las dos mujeres se miran profundamente de forma intermitente, sin perder rastro a la última carta colocada y a la expresión de la otra al verla. Una hilera casi dorada se ve interrumpida por la temida carta de la muerte y Alicia rompe el silencio con un suspiro. Una figura oscura, grande e imponente aparece en el centro de la mesa, ¿augurio o advertencia? Alicia levanta la cara ligeramente y se ve reflejada en esos ojos, siente que se trata de una diabólica aparición, grande, oscura e imponente.
Sabe que Toña la mira de arriba abajo escrutando cada movimiento, como si pudiera inhalar con el tabaco los encarcelados pensamientos. Alicia sacude levemente la cabeza de lado a lado como queriendo exorcizar los miedos, afinca ambos pies en el piso y levanta de nuevo la cara, “sólo se trata de una vieja, sólo es una mujer que juega con cartas”, se repite mientras logra balbucear, señalando a lo lejos la temida imagen.
–Y esto….y esto, ¿qué significa?
Toña se ríe con el tabaco de medio lado y mueve ligeramente la cabeza negando, sus ojos grandes, negros y redondos se avivan inusitadamente. Sus pesadas manos color tierra acarician la carta que le da el triunfo un instante, saboreando el miedo reavivado.
–Espera, espera mija, no debe haber apuro cuando los muertos hablan. En cualquier caso, para esto falta, las cartas hablan de lo que aún no ha sido pensado. Lo que está por ocurrir, lo que te viene pues, eso ya es casi pasado, ya no hay nada que hacer.
Alicia respira y se tranquiliza; inusitadamente sonríe calmada, respira profundo y en un moviendo descruza los brazos.
Toña se incorpora sobre las cartas, ve la tranquilidad que han dado sus palabras y sabe que algo ocurre a sus espaldas, lleva la mano a su cintura, tratando de arrancar de sí el dolor. Como si éste le nublara la vista, sigue colocando las cartas hasta terminar el arco, las repasa sin comprender la calma inusitada, continúa colocando la hilera de abajo, mientras otro tabaco se consume. En un solo movimiento sostiene el mazo grácilmente con una mano, mientras con la otra toma otra parte de la recién obsequiada colección. Sigue liberando a las voces ocultas en figuras, una tras otra las cartas toman su puesto en arcos sucesivos que terminan con mujeres que cubren su rostro, una sobre sus pies, la otra sobre sus rodillas, precedidas por un corazón que es atravesado por tres espadas. La imagen oscura apuñala la calma recién conquistada, y Alicia creyendo entender lo que desconoce siente un frío paralizante que brota de sus huesos. Los temblores rítmicos vuelven a expresar sus demonios.
–Eso es traición, aquí hay algo oculto, ésta tiene más muertos de los que caben en su alma, y yo tengo menos huesos de los que necesita mi espalda.
Toña con las manos ya libres de cartas, se toma la cadera de ambos lados, repasando en detalle las figuras que le sonríen y señalan, las dudas toman formas etéreas. Una nube de humo amargo atraviesa el espacio entre las dos, Alicia tose enérgicamente, sus pálidas y delgadas manos tratan de ocultarse bajo la mesa sin notar que el cristal deja ver todo movimiento, mientras Toña ríe con picardía. El temor ha vuelto y siente que el mal se disipa; saca el tabaco de sus labios y lo pone en el pesado cenicero de mármol a su derecha. Mira las cartas de lado a lado recorriendo cada una en detalle y mirando de reojo la expresión nerviosa de su contraparte, extiende su mano con la palma abierta sobre las cartas y por fin da inicio a lo que pronto debe terminar.
–Vamos a empezar, pues. ¿Tú a que viniste?
Alicia mira fijamente el orden de las cartas, su mirada está perdida en aquellos grandes ojos negros, tratando de reconocer mensajes en figuras sin sentido, un hombre está en una cama como desesperado, otro tirado en el piso con espadas en la espalda, un tercero completa el trío trabajando con palos, como si estuviera agotado, como quien no tiene fuerzas para continuar.
–A eso…
Señalando con los labios, presiona sus dientes con tanta fuerza que siente el crujir de sus huesos y tras un doloroso silencio afirma:
–Justamente a eso.
La aguja insolente del minutero llega al ecuador y vuelve al meridiano, los pequeños tabacos van menguando y la débil caja se deforma, sucumbiendo ante el peso de cartones decorados, los dedos expertos van recorriendo figuras numeradas, mientras la voz antigua narra promesas incomprensibles, aletas de lo imposible, sospechas de lo inhumano. Alicia asiente reiteradamente sin cuestionar, sin preguntar.
Repentinamente, Toña encuentra bajo sus manos un hombre de cabeza, seguido de una torre, y otro hombre que al revés hace malabares con monedas de oro. La espalda cada vez le molesta más, y los temblores insistentes dejan claro que la consulta debe terminar inmediatamente y comienza el final de principio.
–Aquí hay una traición, alguien que te ha traicionado, en lo que te has perdido y te has dejado, aunque obtengas lo ofrecido, tu deseo no parece ser complacido.
Alicia la mira con insistencia y asiente resignada, haciendo saber a la experta que la profecía es cierta y ha sido comprendida. Toña la ve de nuevo, recorre las cartas y comprende, mientras exhala el último aliento del tabaco.
La vieja recoge las cartas, empieza a rezar para guardarlas en el forro de terciopelo rubí, toma el último tabaco de la caja, y antes de encenderlo mira a la niña, la señala con el manojo de hojas aprisionadas y, con una sonrisa casi perfecta, pregunta en voz muy baja.
–¿Por qué?
Alicia la mira de frente y sin respiro contesta:
–Eso me pregunté por años, hasta que un día supe que mi futuro no dependía de entenderte, sino de dejarte pasar. Cuando no estés en la vida, la mía podrá ocurrir.
Toña aspira de nuevo, llenado sus iracundos pulmones de aire en combustión, los ojos le tiemblan apresando un llanto contenido, mezcla indescriptible de odio y culpa, deseo y frustración. Escupe, tratando de mostrar incredulidad, aspira intentando aliviar su dolor, el veneno adormece sus sentidos, la espalda ha dejado de doler, las angustias de inquietarle.
–Siempre lo supe, o siempre lo quise. Tengo tantos años esperándote que perdí la cuenta o perdí el anhelo. No me arrepiento, ¿pa’qué pedir perdón por lo hecho?, ¿por lo que ya no puede ser desecho?
Toña trata de levantar la mano, como queriendo sujetarse de la valiente que en su insolencia la ha enfrentado, pero la profecía se hace presente, la traición se ha consumado y las fuerzas la abandonan. Se desploma sobre la mesa y el tabaco encendido cae sobre la alfombra. Y aunque aún respira el humo negro, su alma calcinada está por extinguirse, el veneno corre por sus venas, llevado en el dulce amargo de tabacos obsequiados.
Alicia se levanta viendo el fuego incipiente sobre las fibras, un impulso la hace tratar de levantarse, cuando entiende que el futuro ya no existe sin promesas, aunque sean de venganza, sus días se consumieron entre las cenizas del tabaco.
Sobre la mesa sin esquinas el odio de dos mujeres aviva fuegos envenenados. Una mujer yace en piso, con espadas que le han sido atravesadas y otra llora sobre sus rodillas, sin esperazas, sin aliento. La traición y la venganza las han abandonado, ya ninguna existe.
Desde la calle una mujer ve como en la ventana del último piso, emergen bocanadas de humo negro.
–¡Ha muerto un Papa! (Piensa para sí). Una promesa ha sido rota y una esperanza está por nacer.