Hace 100 días comencé este experimento por el cual esperé más de 30 años. A los 15 estaba demasiado influenciada por lo que dijeran los demás como para rasparme la cabeza.
Cuando decidí decolorarme el cabello con tanta frecuencia, sabía que la alegría de los colores estaba aniquilando mis hebras naturales. Eso no me ha pasado solo con el cabello. Cuando he llegado al límite, creo que lo mejor es dar un paso atrás, descansar y recomenzar. Y yo he empezado de cero muchas veces. He cambiado de casa, de carrera, de estado civil y de país bastante más que el promedio de la gente a mi alrededor. Y lo más divertido, es que me gusta el cambio. Pero he aprendido a respetar sus costos.
Hace unos días una amiga me preguntaba, Ale es como que después de todo lo que has logrado en Canadá te dijera ¿te irías a Noruega? ¿A empezar otra vez? Me daba pena contradecirla pero le dije, respetando su punto que yo si me iría. Claro, prefería un lugar más cálido pero eso es otro punto. A mí me gusta el cambio y lo disfruto. Pero he aprendido que el cambio requiere descanso y ajustes.
Ver el cambio transcurrir
Desde hace 100 días, cada día tengo un ritual de tomarme una foto. He tomado fotos de los días en los que estoy muy feliz, los días en los que estoy muy triste y los días en el medio. Los días en los que no trabajo, en los que trabajo mucho y en los que hago una jornada “normal”. Cuando me sentía fatal con covid y cuando recibí mi piano. Cuando trabajé sin parar y ya no había suficiente luz afuera y cuando volví a ver al caribe a los ojos. Algunas fotos me encantan, otras las hubiera borrado en otra vida. Esa vida pasada, en la que me enfocaba en lo que me decían los demás, y me veía horrenda en el espejo.
Pero hoy las veo y sé que es solo un día. Tengo derecho a días buenos y días malos, y ninguno de ellos me define. Soy la colección de todos ellos. El cambio y el crecimiento. Y ajuste. Sobre todo el ajuste.
Sin despedida
Poco imaginaba yo que al empezar a decolorarme, sería la última vez que me vestiría del chocolate avellana que me acompañó en tantas aventuras. Pocas veces se tiene el lujo de despedirse con amor sabiendo que será la última vez. Dejé partir mi color natural sin saberlo, pero, igual que otras cosas y personas que ya no están cerca, me siento feliz de lo que compartimos y lo dejé ir, sabiendo que ese espacio se llenará con nuevas emociones.
Y así le doy la bienvenida a mis cabellos “sal y pimienta” como dicen en Norteamérica.
Calibrando mi nueva imagen.
Después de más de 10 colores en 15 meses, y muchos cambios en mi aspecto a través de los años, no me sorprende que este experimento terminará con un aspecto diferente y aún desconocido por mí.
Aun cuando me reconozco en cada foto, creo que aún no he llegado al momento agradable, a mi flow de cabellos. Y de eso se trata este experimento. Observar cada día y ver donde quiero estar. Buscarme, encontrarme y seguir. La secuencia de fotos me muestran mi complejidad. Todas reales, imperfectas y serenas. Algunas veces no podía ocultar la sonrisa, pero trataba de capturar el día normal, sin los sobresaltos de la alegría ni los bajones de la decepción.
Siempre pasan cosas, y siempre amanece. Como me dijo una amiga, aún en el día más nublado, el cielo es azul, solo que no lo vemos. Aunque la foto no se corresponda con lo que se siente, ni se vea el cielo azul.
Una metáfora final: con Tenis
Soy una enamorada perdida de Roger Federer. No solo por ser un gran atleta, por mostrarse públicamente como mejor persona. Y digo mostrarse porque obviamente no lo conozco y no sé si es así de noble y humano en la intimidad de su familia.
Una de las cosas que me inquietaba de la carrera de los tenistas es que pareciera que todo se define un día, el día de la final. Y a pesar de todo, si ese día era un mal día y perdía el partido, las consecuencias eran mucho peores que para el resto. A ver, si tengo un mal día en el trabajo y borro una base de datos (lo cual me ha pasado) no pasa nada, el día siguiente puedo recuperarme. Es muy difícil que uno pierda su trabajo por un mal día. Pero estaba viendo solo un punto, el día de la final. Viendo en perspectiva, Federer tuvo una carrera profesional impecable. Con una inmejorable despedida, perdiendo un juego de dobles, junto a su siempre rival y amigo Rafa Nadal. Qué mejor manera de salir de las canchas que uniformado en equipo y rodeado de amigos, para ser el campeón de uno de los deportes más individuales del mundo.
Reflexionar sobre la carrera de Federer me hizo comprender aún mejor la secuencia de fotos. Un mal día define, tampoco uno bueno. Solo es un pixel en la pintura de nuestro cuadro personal. Que es una obra de arte.
¡Muy lindo Ale! Me sacaste una gran sonrisa. Te ves hermosa en todas esas fotos. El cielo es siempre azul...❤️