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Foto del escritorAle

365 días en la vida

Después de 15 meses en encierro pandémico explorando todos los colores del espectro en mis cabellos, mientras reflexionaba intensamente sobre mi misma, decidí rasparme la cabeza. Haciendo al mismo tiempo un sencillo homenaje a dos amigas atravesando cáncer de mama, y hoy en día absolutas heroínas que lo vencieron. Allí vino la idea: documentar un año de mi vida. Durante todo un año tuve un ritual: tomarme una foto al día. Mi año, como le corresponde a la bruja que llevo dentro, comenzó y termino en Halloween. Como era de esperarse, el plan y la realidad no podían haber sido más diferentes. En mi mente, serian todas las fotos en exteriores con bella luz natural, en el mismo parque a dos cuadras de mi casa para ver los cambios en mi rostro, mis cabellos crecer y las estaciones cambiar los colores del fondo. A las dos semanas me dió COVID y con dificultad llegaba al patio. Decidí hacer un par de viajes, así que el parque ya no era una opción viable, algunas veces se me hizo tan tarde que ya no había luz afuera, algunas fue trabajando otras divirtiéndome, muchas no son en exteriores y con muy mala luz artificial y sombras. Algunas no las pude tomar siguiendo el ritual con la cámara correcta, son una selfie con el teléfono.


Un día a la vez


Cambiar el estilo o color de mi cabello no era nada nuevo para mí. Pero verlo crecer con paciencia, sin hacer nada para cambiarlo cuando no me gustaba, hacer consciente el día y vivir solo en el presente y devorarme ese día y solo ese, eso era todo nuevo para mí. La paciencia es un don que conquisto con mucho esfuerzo y que pierdo con increíble facilidad.


Hubo días en los que la foto me parecía simplemente fantástica. Otros que decía: "¿Pero de dónde sale esa mala cara si el día ha sido una maravilla?", y algunas en otra época de mi vida y madurez, las habría borrado por horrendas. Y así pasó con mis días: hubo días increíbles, como cuando obtuve la promoción en el trabajo o cuando toque una canción navideña completa en el piano. Hubo días normales sin mayores sorpresas y hubo esos terribles como cuando las dos líneas paralelas me decían que la pandemia se había instalado en mi casa. Hubo días en los que trabaje tanto que cuando salí a tomar la foto ya no había nada de luz, de errores garrafales que quería instalarme un botón de deshacer en la vida y regresar el tiempo. Días en los que no tenía nada de ganas de trabajar, días tan felices que todo tenía música y otros tan tristes que el corazón parecía partirme el pecho en dos.


Pero fueron solo eso: días. Al vivirlos con tanta intensidad, los saboreé en su plenitud, los buenos, los malos y los regulares, y así ninguno fue indiferente. Me dejé sorprender por lo que venía sin esperar nada, sin asumir nada. Todo lo viví con la inocencia infantil de la primera vez, porque aunque fuera hacer el trabajo que sé hacer, cada día es nuevo y cada día se vive por primera y única vez.


Un cambio radical


Vivir un día a la vez es un lugar común en casi toda la terapia y práctica espiritual que resuena conmigo. Pero es muy difícil de lograr, al menos lo fue para mí. Es fácil caer en la tentación de lamentarse o anclarse en el pasado, así como proyectarse o anticiparse en el futuro, y en esa pensadera, el día se desvanece, como las olas del mar que tanta vida me dan. Así, que además de disfrutar cada instante de mar que pude, instalé en mí la práctica de atarme a lo efímero del momento presente, cambiante, caótico, imposible de retener y siempre excitante.


Me perdoné con amor y contención los errores y las fotos feas, acepte quien soy sin buscar ser perfecta. Aprendí a apreciar la belleza en mi rostro, mi cuerpo, mis emociones, mi trabajo y todo lo que arma mi existencia. Ahora en mis días todo tiene espacio, sin esperar la aprobación de otros permanentemente, y aunque a veces aún la quiero, ya no me hace sentir miserable. Celebré con alegría indomable los triunfos, lloré, reí, pelee, escuche... todo con tanta intensidad, que finalmente siento que los días son perfectos en su deliciosa e irrepetible imperfección. Entendí que un día en la vida es solo un punto en el mosaico de mi existencia, y que el cuadro aún se está pintando y no se sabrá la forma que agarre hasta que sea el último de mis días en este planeta.


Y aquí un video con todas las fotos del proyecto, y mi selección personal.




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