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Bailando la vida

Me encantan las plazas con eventos. Me encanta reunirme con extraños con quienes comparto el nexo momentáneo por algo que nos reúne de imprevisto.


Recuerdo una tarde en la que había un festival de Tango, el cual para mí es el mejor baile del mundo. Es pausado, intenso, apasionado. Y aunque las letras están cargadas de melancolía y dolor, que es el hombre quien tiene un rol dominante y la mujer suele verse como el complemento sensual, me parece perfecto. Porque implica para mí, cuando lo he bailado o admirado, dejarse llevar y fluir en un espacio cargado de vulnerabilidad y sentimientos.


Como en casi todos los eventos públicos de Tango, esa tarde hubo una clase y luego la orquesta tocó un par de piezas para que los recién aprendidos lucieran sus habilidades. Como suele pasar, muchos de los particpantes se ven emocionados y confundidos, se tropiezan y miran constantemente hacia los lados.


Esta tarde había tres parejas que me resonaron. Todos estaban fuera del círculo central donde se cerraba la clase. Creo no formaban parte oficial del evento.


Una pareja vestida de rojo. Expertos en el baile y sus movimientos … Ambos tenían los ojos cerrados, no tropezaban con nadie, no buscaban confirmación. Su danza era pura armonía, eran uno con la música. Estaban tan acompasados el uno con el otro, que parecía que el mundo no existía a su alrededor.


La segunda pareja vestía de negro. No tenían la más peregrina idea del baile, los tiempos ni las figuras de la danza. Reían como niños mientras iban inventando pasos y se besaban. Verlos era casi sentir su felicidad al compás del bandoneón.


La tercera estaban en la otra esquina, solo veían lo que pasaba con atención.



El baile en mi vida


Aprender a bailar fue algo que me costó mucho. Literalmente. No es fácil ser la latina que no sabe bailar salsa. Era para mi tan importante aprender a bailar que en una oportunidad fui becada por la Universidad para asistir a un Congreso Educativo en Cuba. Entre mis ahorros y préstamos logre reunir $50 los cuales use de la siguiente manera (y en ese orden)

  • $10 en una clase de Chachachá

  • $20 en regalos para mis más cercanos

  • $20 comiendo con una amiga en un restaurant


Para todos los europeos participantes, era muy raro que yo fuera parte del grupo, y aunque me daba vergüenza, sabía que era lo mejor que podía hacer con mi dinero.


Unos años después estaba en una fiesta, y cuando ya solo quedaban los más cercanos familiares y el personal de servicio, uno de los familiares me dijo cómo había admirado toda la noche mi felicidad al bailar … Me dijo con mucho afecto “no lo haces muy bien, pero lo has disfrutado más que nadie” … Sé que no suena como un halago, pero para mí lo fue. Porque para mí lo más importante es disfrutar lo que hago, y hacer lo que me gusta, aunque a veces me sale muy mal, de acuerdo al canon.


Con los años aprendí con maestría a bailar los ritmos latinos … Y lo hice sin dejar de tener esa alegría y disfrute de sentir la música con todo el cuerpo. A veces cuando se aprende una técnica, el proceso suele robarse la emoción. Casi me pasó con la fotografía … Casi dejé de sentir para obtener el balance correcto de blancos.


Bailando la vida


Yo bailo la vida como las parejas que capté en mi foto. O me dejo llevar con los ojos cerrados, en flow, o simplemente disfruto lo que ocurre y me rio como si el mundo exterior no existiera, o no participo, pero me abro con curiosidad a explorar si la experiencia me resuena.


Y si bien es cierto que en la vida hay momentos para solo aprender, me enfoco en mi proceso y he dejado de mirar qué opinan los otros de mis errores. Pido ayuda, orientación y mentoría, pero no dejo de disfrutarlo.



La vida para mi es un baile, que a veces suena a Tango y otras a Bachata. 
Deja que la música de fondo de tu historia te inunde y disfruta la danza sin siquiera mirar, ríete del mundo o de ti mismo, o deja pasar las oportunidades que no te resuenan.



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