Creo en la belleza. La belleza real. Y eso fue complicado porque nací en el país de las Misses y en la era de lo plástico: donde todas tenemos que ser bellas y no existen las feas, solo las mal acomodadas.
El secreto a voces del país de las misses: Belleza Artificial
No es un secreto que la belleza del país de las misses no es natural, se hace. Con dietas, tratamientos, cremas, bótox, ejercicios, cirugías, ropas que no tienen que ser cómodas y hasta técnicas apropiadas. Me acuerdo un día en la universidad, una de mis amigas me decía en sarcasmo, “vamos Ale, camina natural, mete la barriga, saca el pecho, mirada alta” y no recuerdo cuantas cosas más, y yo, mareada solo de escuchar aquello, me senté en el piso, casi chorreada contra el muro, como hacíamos las de sociología. En esa época se nos decía sin reparo que habíamos inteligentes y bonitas. Que discriminación tan dura para todas. ¿Es que no se puede ser bella e inteligente? ¿Qué tiene que ver la belleza con la inteligencia? Y sobre todo ¿quién define bella y quien define inteligente?. Pues si, esa es una belleza, que yo llamo Belleza Artificial.
Porque al final del día, todas nos sentíamos igual, horrendas. No éramos suficiente y siempre había que hacer más. Recuerdo cuando me divorcié a los 24, el mundo era otro. Yo me casé a los 22, y había estado en esa relación (muy tóxica, pero eso es otra historia) desde los 16. Y ser flaquísima era en los 2000 la meta. Yo bajé 10 kilos en dos semanas, así que quede, como decimos en mi país, en el hueso. Yo me sentía fatal, me veía enferma diría mi abuela. Pero estaba en la época de las anoréxicas, era una flaca perfecta. Nunca había sido centro de tantas miradas, pero yo no lo creía.
Una verdad que me tomó tiempo escuchar y hacer mía
Quien fue y será la mujer más bella de mi vida, mi abuela, fue también quien siempre me vio bella. No creo que haya sido coincidencia. No tuve hijas así que estoy segura que ninguna mujer será en mi ojos más bella que ella. Y ahora sé que no me mentía. Aquellos ojos azules se iluminaban como un día de playa cuando me veía y me decía: “eres la más bella”.
Pero lamentablemente cuando crecía, la suya era una voz solitaria, y no le creí lo suficiente. Y tuvieron que pasar muchos años para creerle desde el alma, sentirme cómoda en mi cuerpo y hasta ayudarla a ella. Mi abuela, de quien puedo hablar sabiendo que no la ofendo, había tenido una mastectomía preventiva, aquello era un secreto a voces. No se ponían reemplazos en esa época así que tenía un cojín que se ponía dentro del sostén. No le gustaba que la vieran así. Cuando llegue a los 16, algo cambió y me sentía fenomenal. Yo me sentía bien y en consecuencia, los chicos me empezaban a mirar, a pesar que no era la típica alta voluptuosa, más bien la chiquita sin curvas. Pero dejé de sentirme la amiga fea del grupo para sentirme bien.
Andaba yo por la casa sin ropa sin problema. Salía de la ducha y me secaba en el cuarto que compartía con ella. Allí me quedaba sin nada y me vestía con calma. El cuerpo era algo natural sin problema. Un día ella salió del baño a medio cubrir, sin la almohadita “complemento” en el pecho. Se echó a reír cuando la vieron y dijo “y si Ale anda así, yo también puedo”. Y siguió caminando muy erguida agarrando su bastón con estilo de Reina.
Lo malo es que recaí, y muchas veces, porque el mundo está lleno de mensajes para que nos sintamos feas. Porque ser vieja es feo, estar gorda es feo, ser muy alta, muy baja, muy todo. Es al final del día tan difícil ser bella, que casi ninguna se siente logrado. Y así como hay el síndrome del impostor en la carrera, las mujeres sufrimos del síndrome de fealdad. Pero a todas las amigas las vemos bellas, en verdad bellas, solo que ellas no nos creen.
Empezar a creer en las otras
Y he descubierto a las verdaderas mujeres. Las que entran en los cambiadores y se sonríen al verse en los espejos. Las que se toman fotos cubriéndose la cara en las reseñas de ropa en tiendas online. No son delgadas ni de silueta de miss universo. Son mujeres normales. Y me volteé a ver a mis amigas, que siempre me han dicho la verdad y hemos aprendido a querernos y creernos.
Y es que las mujeres estamos dejando de mirar las vitrinas con lo “hecho a la medida de las misses”, en las modelos adolescentes que nos hacen sentir fuera de lugar, en las tallas 000 que nos hacer sentir a todas en sobrepeso, y vamos descubriendo que no hay nada de malo en los kilos de más, que las estrías cuentan nuestras historias, que la piel flácida tiene recuerdos de lo que hemos logrado, conquistado y disfrutado, y que si vamos a comprarnos ropa, será para resaltar lo bellas que somos. Por eso creemos en las fotos normales, de mujeres con la cama desarreglada, con el vestido sin planchar, con los zapatos descombinados. Y con una sonrisa imborrable que da luz a la foto, sintiéndose la mejor modelo del mundo posando su vestido nuevo, que la hace sentirse como la diosa que es.
A mi abuela… Una diosa, una musa que me enseñó a quererme como soy y se dejó enseňar a ser bella, con un solo seno.
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