Para mí uno de los retos más difíciles es convivir con la pretensión de armonía y la visión de la contradicción como conflicto. Como humanos somos seres complejos e imperfectos pero hay una necesidad compartida de ser coherentes como sinónimo de lo bello y lo agradable.
Son frecuentes en las redes los chistes de psicólogos dando consejos sobre armonía familiar mientras regañan a sus hijos, expertos en moda que visten ropa genérica, minimalistas participando en las ofertas del black Friday.
Las contradicciones al descubierto
Hubo una época en mi vida que leí mucha literatura. Leer era algo que sonaba correcto para mí pero no crecí en un ambiente académico y en mi casa no abundaban los libros. Así que durante varios años recuperé el tiempo perdido. Al inicio leía una novela a la semana, luego en tres días podía llegar al final. Llegué a ser tan rápida y dedicarle tanto tiempo que recuerdo haber logrado leer libros en una sola sentada. Claro está que en esa época no tenía hijos y solo estaba estudiando en la universidad. Hoy en día cuando leo un capítulo sin interrupciones puedo celebrar.
En todo caso tuve una etapa Milan Kundera, sus novelas me atraparon, sentía que los personajes estaban muy bien logrados y llenos de vida, y uno de ellos siempre me ha acompañado, el líder de un partido comunista en una sesión de tarot. La pluma genial de Kundera no deja escapar el detalle de que el comunismo es por definición ateo y que un líder político buscando saber del futuro a manos de una adivina es una contradicción de marca mayor.
Y trate de hacerme coherente, para la mirada de otros
Como muchas adolescentes y mujeres venezolanas, yo nací, crecí y ande el camino con complejo de patito feo. De esas que sienten que cuando dicen hagan la fila en orden de fealdad (fila que no existe más allá de nuestras pesadillas) al ponernos de última vendrá alguien a decir, “no, no, usted van en otra fila, de más feas aún”. No es fácil tampoco crecer en el país de las misses donde la cirugía plástica era un bien de primera necesidad.
Una de las paradojas más grandes de la fealdad autoimpuesta de las mujeres promedio, (que para evitar controversias voy definir como todas las que nunca participamos en concursos de belleza) es que pocas veces se encuentra alguien que refuerce mito. Pero muchas veces se atraviesan amigos, enamorados y galantes que insisten en admirar una belleza real aunque no reconocida ni aceptada. Y así, sin más se dejan de lado los cumplidos, y a veces hasta se toman por comentarios dichos al vacío para ser solidario ante una innegable fealdad que se tiene por cierta. Es decir, hasta cierto punto lo que inicia como un gesto de afecto termina generando dolor, alimentado por una pobre autoestima y autoimágen.
Así pues que tocaba esforzarse para agradar a los otros, y hacerlo de manera coherente, porque la belleza se define como armónica y sobre todo congruente. Termina siendo una tarea titánica, porque toca revisar las piezas del propio rompecabezas personal y resaltar aquellas que se cree son más atractivas, y de alguna manera minimizar aquellas que se cree harán ruido.
En mi caso, el feminismo y los estudios frenéticos tomaron el protagonismo, al final del día son socialmente aceptados. El reto era además no dejar de ver otras realidades y criterios, que a veces eran hasta más importantes para entender mi realidad, por ser incongruentes con los principales. Comprometida con la ciencia y el activismo, no me dí los permisos del personaje de Kundera, aunque a mí también me fascinan las ciencias ocultas del Tarot. Y así logré conquistar miradas externas de admiración, basadas en un personaje que había autosilenciado la mitad de sus diálogos, mostrando así una verdad incompleta.
Comprometida con mis incongruencias, encontré mi voz y mi belleza
"La belleza está en los ojos de quien la mira". Esa frase la hice mía desde que la escuché por primera vez, pero la he resignificado con los años. Siempre me fue fácil aplicarla a todo a mi alrededor, porque para mí la belleza (como dice Rodin) es lo auténtico mientras lo feo es lo falso, la mentira y la mueca. Era sencillo de aplicar a todo excepto a mi realidad, que seguía esperando validación exterior nunca suficiente ni tomada por cierta.
Hasta que finalmente le di una nueva connotación. No es la mirada del otro la que evalúa mi belleza, es mi mirada en soledad, donde no hay mas nada que ver, nadie a quien escuchar, y donde mi ser no necesita ser clasificado, analizado o codificado. Mi maternidad por ejemplo, no es evaluada por mis hijos, ni las maestras, ni otras mamás. Es esa sensación de bienestar al terminar el día, la satisfacción de pasar una tarde buscando tesoros en la arena, revivir recuerdos de años de desvelos elegidos amamantando y planes de viajes cuando abandonen el nido.
Finalmente decidí sacar el rompecabezas completo, sin esperar que sea evaluado y aceptando, y sabiendo que tampoco tengo ni quiero mostrarlo públicamente. Como un cuadro surrealista, veo piezas asimétricas que no combinan, y las asumo ahora como motores de la emoción y alegría que me dan vida. Como especias secretamente mezcladas en una nueva receta, me redescubro cada día, mientras veo un anaquel que tiene libros de ciencias sociales, meditación, maternidad y energía sin conflicto, en un cuerpo en transformación con el paso de los años que solo busca conquistar la mirada más leal e importante de mi vida, la mía.
Y sin conflicto, puedo expresar abiertamente, que se puede ser feminista y tener inseguridades, que se puede romper el techo de cristal y temblar de miedo al contar secretos, y que aceptar cumplidos y apreciación de otros no implica arrogancia, que se es mamá amorosa y se grita de desespero, que la imperfección y los errores es lo que nos hace maravillosas. Que ser mujer es al mismo tiempo contradictorio, caótico, especial y hermoso. Y que todas estamos comprometidas en educar a las niñas, cercanas y lejanas, a creer en su belleza, afianzarse en sus contradicciones y celebrar su individualidad y fuerza interior.
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