De niña el morado era mi color favorito. Mi maestra de preescolar en completa complicidad, puso en el cuaderno que necesita escarcha color morado para mis manualidades. Hace 40 años no era nada fácil de conseguir.
Me fascinaban las violetas, esas pequeñas flores de textura aterciopelada y color intenso.
Con los años me fui distanciando del morado, y acercándome a gente que lo definía como un color triste y melancólico.
Desde hace unos años el morado me re-encontró, muchas cosas que compraba eran moradas. Sin casualidad, al mismo tiempo empecé a hacer minimalismo en relaciones tóxicas y afiancé una trayectoria espiritual más profunda. A pesar de tener más de 15 años practicando Yoga, el vértigo me separó de las posturas y me impuso la meditación como práctica cotidiana.
Un concepto amplio de espiritualidad
Yo, como casi todo, he vivido una relación intensa, cuestionadora, multifacética, pragmática y muy personal de la espiritualidad. Nací y fui educada en una casa y escuela católicas, y allí recibí mis primeros valores. Rezaba con mi abuela usando su libro de oraciones, me explicó las escrituras con un libro que nos regalaron los protestantes. Pero al final del día son conceptos que casi no se contradicen.
Luego de un rompimiento con los dogmas católicos y vibrando con la intensidad científica, transité un corto autodenominado período de ateísmo. De pronto, me sorprendí a mi misma buscando explicaciones trascendentales. La práctica del yoga me estaba dando un marco de referencia que se parecía más a mi.
Sin embargo, tan inesperado como mi deseo de maternidad, la creencia en algo superior se hizo inminente cuando sentí, experimenté y ví a un ser humano único y perfecto salir de mi cuerpo. Si bien el amor es algo que las ciencias no pueden explicar, creo que todo explota en frente a la maternidad, y supongo que la paternidad. No hay para mí manera de explicar semejante vorágine emocional. Al menos para mi, creer se convirtió en imperativo. Cada vez que veo a mis hijos se que hay algo más allá de nuestra corporalidad. Su sola existencia asombrosa y el amor indescriptible y arrasador que siento por ellos es la prueba del plano espiritual.
No creo que solo la maternidad o paternidad puedan explicar o llevar a ese estado, pero en mi caso ha sido la experiencia espiritual más intensa. Recuerdo un amigo escuchar el Mesías de Haendel y decir “allí estaba Dios”. Y yo estoy de acuerdo, no creo que sea posible ni pensable escribir una pieza tan sublime desde la sola corporalidad.
De-morado
Mi transitar espiritual me ha llevado a la meditación y la energía, soy de las personas que cree en la reencarnación, en la libertad absoluta de creencias, en el respeto y la coexistencia. Soy una pacifista que se enfurece ante la injusticia. Vivo en una ciudad deliciosamente multiculural en la cual todos los dias interactuo y aprendo de diferentes religiones. Y todo eso pudo encontrar espacio cuando finalmente baje la velocidad.
El morado es el color de la energía espiritual, y no me parece casualidad que es español tenga ese juego de palabras con enlentecer y esperar. Porque al menos para mí, fue necesario bajar el volumen, encontrarme en soledad para poder escuchar mi voz interior. Sentarme a hacer nada para solo dejar mis pensamientos pasar o mejor aun solo mi respiración hacer su trabajo cotidiano y casi inadvertido. Cada vez voy más lento para seguir alcanzando las metas que tengo, cada vez respiro más profundo, hago más silencios, escucho más, asumo menos. La velocidad necesita juicios y preconceptos para optimizar. El silencio ena-morado de la escucha solo entiende y se embelece por lo que el otro o lo que uno mismo dice, pero no había tiempo de escuchar.
Hoy me visto de morado mostrando mi danza ralentizada y maravillosa, que puede dar la ilusión de estancamiento, Pero no se necesitan grandes corrientes para mover el agua en el río que siempre fluye, es el paso sostenido y lento el que suele llegar más lejos.
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