Desde hace años me pregunto si soy una maestra que estudió Sociología o una Socióloga que estudió Educación. Amo a mis dos carreras tanto como a mis dos hijos, sin poder darle a una de ellas la corona de favorita. Sin embargo, la realidad es que mi día a día laboral parece haberse olvidado de ellas. Pero cuando una amiga me dice “no quiero que me des una clase” o una conversa trivial termina buscando variables y ejes transversales en el hecho discutido, me queda claro que ambas siguen corriendo por mis venas.
Resumen de mi vida de maestra
Yo me gradué de maestra siendo tan joven que con frecuencia me tomaban por una más del grupo de alumnos.
Ser maestra es un placer que para mí siempre fue increíble. Nunca se trató del salario, que en Venezuela era terriblemente mínimo, era una satisfacción tan grande verme en los ojos de pequeñines que encontraban en mi mirada un amor del mas allá. Desde muy temprano me sentí feliz de ser el amor de faldas largas para muchos. Ese amor inalcanzable que se recuerda siempre, por lo puro e imposible, platónico e irrealizable. Lo que pocas veces saben los alumnos es que las maestras también nos enamoramos perdidamente de ellos. Es un amor genuino y diferente a cualquier otro. Intenso y romántico, absolutamente auténtico, distante y desinteresado, tanto que contradiciéndose a sí mismo, solo busca su final y ver una sonrisa de logro en una mirada que se apropia de sí mismo como ser humano, crece y se empodera. Es un amor efímero como ningún otro. Sabes que durará solo un año, y aún así es maravilloso. Recuerdo un día que uno de mis alumnos llegó a la puerta y con una flor de Cayena para decorar mi cabello diciendo que tenía que llegar temprano porque ya no aguantan más el pecho de tanto quererme. Recuerdo los llantos del último día antes de terminar el sexto grado y convertirse en “gente grande”. Y recuerdo también las mías al verlos crecer, aprender y partir.
Ser maestra fue, es y será mi vocación de vida. Buscar explicarme de la mejor manera, asumir que no es que el otro no me entienda si no que no he logrado explicarme. Saber que cada ser humano, sin importar sus características físicas, intelectuales o emocionales, sin importar las carpetas llenas de diagnósticos, todo ser humano puede aprender, y con la técnica apropiada aprenderá. Soy una maestra irreverente, de esas que no se llevan por el manual ni lo que dicen los del Ministerio. De las que cree que hay que aprender Inteligencia Emocional, Finanzas, Responsabilidad Social y Ecología. Soy de las que piensa que no pasa nada si no sabes las fechas del cuestionario, pero que es importante conocer tus raíces y defender tus derechos.
Viví una carrera de maestra corta pero intensa. Logré casi todo lo que había sonado. Pero siempre me quedó un "¿ y si pudiera hacer un poco más?".
Y de porque la “dejé” para hacerme Socióloga
Sin embargo no paraba de problematizar y preguntarme por qué la escuela era lo que era, cuales eran las razones, por qué tanta resistencia al cambio, y sobre todo por qué mis alumnos denominados especiales tenían un techo en la sociedad. Y para resolver mis dudas casi existenciales, en lugar de leer un par de libros, o ir por una cervezas con amigos, decidí regresar a la Universidad, y así pues me hice Socióloga.
Con muchas lágrimas de despedida y más ilusión que nunca, recorte mis faldas lo mínimo posible, y en las aulas de Sociología encontré más que explicaciones, me llené de preguntas y cuestionamientos. Y empezó a crecer la duda sobre lo que hacíamos dentro de las aulas y su poco correlato con la vida de afuera y aún menor impacto en la construcción de la felicidad personal. Y sobretodo me llenaba de ideas sobre cómo catalizar el cambio social y construir un futuro mejor.
Yo dejé mi salón porque estaba presa en esas paredes, aunque dábamos clases en el patio, el jardín, en el supermercado y hasta en el banco. Mis coordinadoras ya no sabían qué hacer con mis ideas alocadas de clases en espacios imposibles e inverosímiles. Encontré en las Ciencias Sociales lo que buscaba y más. Al graduarme, decidí dar clases en la Universidad, investigar, proponer políticas, seguir creyendo en mundos posibles. Y de pronto, estaba mi espíritu soñador con más intensidad que nunca, una vez más golpeándose una y otra vez con la realidad rígida de un mundo que cambia con mucha lentitud.
Así me encontré de pronto entre los utópicos sin remedio, y con el corazón roto de nuevo. Y aprendí que no tenía que cambiar el mundo para triunfar, solo bastaba con mi cambio personal y hacer lo que me sonara correcto, y compartir eso a quien lo quisiera escuchar. Y un día dejé mi país, y también dejé la Sociología.
Y descubrí el homeschooling
Varios años después, mamá de dos, con todas mis dudas sobre el sistema a flor de piel, empecé a escuchar sobre el homeschooling y cómo de alguna manera reta al sistema. Y sencillamente me fascinó y atemorizó. No es lo mismo patear la mesa donde yo me siento, que hacerlo con la de otros, más aún si esos otros son mis hijos.
Yo llevaba más de dos años buscando información, siguiendo grupos, conversando con gente. El miedo de no hacer lo correcto se hizo presente como nunca. Y claro, a pesar de encontrar mucho apoyo en las redes del área, una vez más encontré rechazo y duda en círculos cercanos. Mucha gente me advirtió que sacar a los niños de la escuela sería un error irreversible para todos en casa, y que no me debía confiar en mis habilidades pedagógicas.
Estudié como suelo hacerlo, y descubrí muchas ventajas, y recordé lo que sabía sobre los orígenes de la escuela y su vinculación al beneficio económico. Conocí de primera mano a los padres que lo practicaban y también niños y jóvenes que estudiaban desde casa. Cada persona que conocía era más fascinante que la anterior. Los documentales como “Etre et Devenir” de Clara Bellar solo me daban alas. Ahora solo se trataba de esperar el momento correcto.
Y regresé a las faldas largas, y el mundo entero es mi aula
Ahora soy mamá, una mamá en el mundo covid. Una mamá que decidió hace unos años convertirse en nómada digital con el solo propósito de poder trabajar desde cualquier parte del mundo, y explicarle geografía y cultura a mis hijos abriendo la ventana de un hogar temporal.
El plan era esperar un poco, con frecuencia hablaba con mis hijos mi propuesta de estudiar por nuestra cuenta. Cada vez más, al tener viajes de trabajo, nos instalábamos varias semanas en la ciudad que me tocaba visitar, y era fantástico. Cuando convives en el sitio, aprendes del día a día del lugar, de su comida, de sus necesidades y sus lugares secretos que no son para turistas.
Pero llegó el día que no esperábamos, y fuera de todo pronóstico, de un día para otro todos los niños del mundo fueron educados en el hogar. Y luego vino toda una confusión sobre cómo y qué hacer, y se creó, al menos en mi ciudad, un híbrido que no era ni lo uno ni lo otro. Se comenzó a hablar de volver a las aulas pero en la “nueva normalidad” y para mí solo significó una cosa: llegó el momento.
Después de hablar de nuevo con mis hijos y evaluar pros y contras, decidimos todos lanzarnos al agua. Fueron semanas de mucho pensar, estaba dejando los cupos en los colegios, regresar al sistema no será fácil si ellos así lo decidieran en el futuro. Yo creo que es más beneficioso para ellos este cambio, pero aun así sé que ellos perderán de tantas cosas que se viven en la escuela, tantas cosas que yo viví. Sin embargo, si algo nos ha dejado claro este año, es que el futuro es realmente incierto.
Pasé semanas de mucha duda y preocupación. Hasta que llegó el día en el que la ley me imponía que tenía que decidir. Preparamos los archivos y cada uno de ellos pulsó el botón para enviar el correo electrónico que formalizaría nuestra nueva forma de vida. Y así, en solo segundos, nos convertimos oficialmente en familia que educa en casa.
Y ahora visto mis faldas largas de nuevo, pero esta vez para los dos amores mas grandes de mi vida. Es cierto que ellos también se van a ir y me van a dejar el corazón más partido que nunca, pero también lo es que ellos me hacen inexplicablemente cada día más feliz, y su empoderamiento cotidiano me llena de unos niveles de alegría que simplemente desconozco y disfruto.
Siento que toda mi vida me prepare para esto. Estoy disfrutando de enseñarles con el enfoque que trabajé en mi cabeza durante años. Estoy feliz de dejar fluir mi real esencia como persona, en un aula sin paredes. De ser de nuevo Maestra y Socióloga todo junto. Solo lamento que haya sido una pandemia lo que me dio el último empujón. Pero estoy finalmente dando mi clase magistral, esa para la que todo maestro se prepara, y siento que la vida me regaló hacerlo de manera desbordada: educando, fortaleciendo y amando a los dos soles de mi universo personal.
Ps. Yo no creo que regresar a la escuela en medio de la pandemia sea incorrecto, cada uno esta resolviendo vivir en el mundo COVIDD como puede y considera mejor. No hay respuesta correcta y la vida no es un examen. Pero si estás en la disyuntiva sobre homeschooling y sientes que necesitas apoyo envíame un correo y con gusto conversamos :)
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