Desde hace varias semanas he estado viendo películas y documentales sobre fraudes recientes y escandalosos. Primero un amigo me recomendó The Tinder swindler, sobre el chico que usaba la aplicación de citas para estafar. Luego en mi trabajo actual me recomendaron la serie sobre Elizabeth Holmes y su fallida idea de democratizar exámenes diagnósticos usando solo una gota de sangre. Y me siguen llegando recomendaciones de más y más videos y documentales que van al mismo punto: alguien que engañó a cientos, quizá miles y la frustración de describir el engaño y el deseo de que se haga justicia, las inmensas cantidades de dinero estafadas y los efectos negativos para los que creyeron, que pueden ir desde un viaje incómodo, perder el trabajo, deudas enormes, hasta suicidios.
Ojos que no ven corazón que no siente
Cuando era niña mi abuela decía que las manchas en las uñas eran mentiras que se decían y quedaban allí marcadas. Recuerdo que solo quería que desaparecieran las manchitas pero no me preocupaba si decía o no mentiras, el problema era ser descubierta. Mentir en Venezuela era la moneda de cambio. Obviamente todos mentían todo el tiempo y eso es aceptado y esperado. En Norteamérica mentir es muy grave, sobre todo cuando se pregunta abiertamente. Al punto que no importa lo grave que se haya hecho, todo se agrava si se miente y se oculta la verdad.
En su libro y video documental dis-honesty, Dan Ariely, economista, investigador y psicólogo, explica sus trabajos sobre confianza y mentira. Es interesante como sus hallazgos son:
En promedio, en todas partes del mundo se miente igual, y mucho.
Se miente más si hay recompensa.
Se miente menos si se sabe que existe una regulación o que puede haber una sanción.
Si se cree que la mentira traerá un beneficio a un tercero, la mentira no causa estrés.
Es decir, en Norteamérica es grave digamos mentir a propósito, mientras no seas descubierto, parece que no hay mayor problema. La mayor diferencia que veo culturalmente, es que los latinos esperamos que el otro mienta y somos desconfiados, mientras en Norteamérica (y creo que en Europa) se espera que se sea honesto y se confíe. De allí viene el malestar y la sensación de traición.
La mentira está en los ojos (y oídos) de quien mira (y escucha)?
Las redes sociales han explotado la realidad de muchas maneras. Y desde mi punto de vista sobre todo en la capacidad de mentir a otros y sobre todo a nosotros mismos. Los filtros en las fotos, los fondos de pantalla, los trucos para hacer fotos que ganen likes todas llevan a una realidad absolutamente inventada.
Pero eso es lo que queremos escuchar como sociedad. En mi Venezuela natal las cirugías plásticas eran no solo muy económicas sino de excelente calidad. Era difícil encontrar mujeres que no hubieran hecho algún “retoque”. Era común preguntarle a amigas o familiares si habían tenido una reconstrucción, reafirmación o implante de senos. Pero al final verdaderas o falsas, no importaba. Lo importante era lucir bien, maquillarse, arreglarse. Eso no resonaba conmigo, al punto que más de una vez me preguntaron si de verdad era venezolana, porque no lucía como una. Con los años decidí invertir más en consistencia interna, y quizá mi abuela tenía razón porque dejé de tener manchas en las uñas.
Una vez en el trabajo una compañera me paró en la mitad del pasillo y me dijo “GUAU no hiciste nada para disimular lo mal que te sientes”. Tenía varios días con una gripe muy fuerte pero no me habían dado permiso para faltar y tenía que ir a una reunión, y fui sin maquillaje, como siempre. Dejemos de lado la falta de solidaridad y empatía, preguntarme como seguía y si podía ayudarme en algo para que regresara a casa temprano. Ella en cambio prosiguió, “Cuando me siento mal es el día que más me maquillo, nadie debe notarlo” Eso definitivamente no resuena conmigo.
Queremos creer
Aquello de demasiado bueno para ser verdad es al mismo tiempo sospechoso y emocionante. Queremos un mundo Instagram donde no tengamos ojeras ni arrugas, un mundo Facebook con muchos amigos mandándonos caritas felices. Y a veces cuando sale alguien (como yo) recordado que de toda esta tropa de gente en las redes quizá se tiene uno o dos amigos a quien llamar cuando se necesita, se tilda de amargado o negativo.
En un mundo con conflictos reales, pandemias, guerras, hambre, a veces puede ser demasiado y taparnos los ojos y dejarnos deslumbrar por el glamour y brillo de las luces suena razonable para mantener la cordura y evitar deprimirnos. Al final del día el show debe continuar.
Yo soy una soñadora confiesa, pero con los pies en la tierra y sobre todo siempre regresando a “por qué esto es importante para mi?, qué es lo que quiero lograr con esto? ¿Qué consecuencias tendrá en mí y en otros?. Pero eso requiere mucho trabajo de introspección y autoconocimiento, trabajo que toma mucho tiempo y para algunos tiene pocos beneficios tangibles. Cuando se pierde ese cable a tierra, las metas se desdibujan y mentir es una opción aceptable. Para mí, no se trata solo de lo que se quiere hacer, sino de la intención que se tiene y las consecuencias finales. Allí es donde se traza la delgada línea entre la fantasía y el deseo y la mentira y el fraude.
Creo que por eso nos atraen esos videos sobre fraude, son una caricatura de cuando las cosas van mal al extremo. Pero si miramos con atención, muchas veces hemos caído y generado espacios ficticios, en mayor o menor escala, pero pasa más de los que nos gustaría reconocer.
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