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Hasta los optimistas tenemos nostalgia del mundo que perdimos

Hoy tuve una lección sobre extrañar y nostalgia.

Yo soy una resiliente, una mujer positiva y optimista. Me ajusto a los cambios rápidamente y no vivo en el pasado. Todas esas se consideran virtudes porque muestra adaptabilidad y coraje.


Por otro lado, dando colores a mis humanas ambivalencias, con frecuencia me cuesta soltar. Sobre todo en relaciones, me cuesta dejar ir, amorosas y de amistad, para mi ha sido un duro aprendizaje y proceso cerrar relaciones y aceptar que hay personas que no forman parte de mi vida, que no se trata de algo personal, que no implicada nada malo en ninguna de las partes, solo que nos toca otra temporada en la serie de nuestras vidas. Lo voy conquistando poco a poco.


También he aprendido a dejar de planificar, me tomó bastante tiempo y trabajo personal asumir que trataba de tener el control de todo, ser una persona controladora no es exactamente una virtud, pero yo lo manejaba perfectamente sublimado en mis habilidades de planificación y metodología.


Desde muy joven he repetido como mantra que le futuro no existe, y mi adaptabilidad a los cambios suele ser impresionante. He cambiado de carrera, de casa, de estado civil, de país, de equipo de trabajo entre otros, con mucha soltura y excelente actitud. No quiero decir que sin dolor, pero se me da muy rápido ver lo positivo en mi nueva realidad. Con frecuencia mis amigos y personas a mi alrededor reconocen mi habilidad y rapidez para visibilizar y aprovechar ventajas en la situación aún cambiante, inestable y vulnerable. Eso también implica que como soñadora e idealista me he embarcado muchas veces en proyectos arriesgados, y algunos han fraguado y otros no ha sido realizables ni exitosos. Como se dice en el argot de las tecnologías de información: yo trato rápido, fallo rápido y sigo. Yo me defino como una soñadora con los pies en la tierra.


Un nuevo mundo que casi no me agarro por sorpresa

Por todo esto, la realidad del mundo coronavirus, como yo le llamo, no me agarró tan de sorpresa y me fue sencillo al inicio ver las ventajas:


Siempre creí en el trabajo remoto por muchas razones y desde hace casi dos años trabajo en una empresa en la que no existe una oficina, estamos todos repartidos por el mundo y la supervisión se basa en el respeto y la confianza.


Como ambientalista - pacifista, creo que este momento de silencio y desintoxicación era necesario y será el inicio de algo mejor para el planeta. Yo celebro que la contaminación disminuye, que los cielos y los mares se aclaran, que los animales se están re-apropiando de sus espacios. No me resuenan conceptos de preocupación sobre una economía que se desploma porque consumimos lo necesario, me parece sensatez y me apasionada el llamado a construir una nueva economía en la que morir de hambre no sea opción en un mundo con sobre producción alimentaria, por ejemplo.


Finalmente, yo además creo en la escuela en casa. Como pedagoga se perfectamente que el origen de la escuela no está atado al interés de los niños y por el contrario está altamente asociada a los intereses de la economía. No niego los beneficios de la escuela, pero en mi caso particular, siento que puedo brindarle mejores experiencias a mis hijos viajando y conociendo nuevos lugares y realidades.


La principal razón por la que no habíamos iniciado la escuela en casa, es por que mi hijo mayor es bastante apegado a sus amigos, y pues parece que también le he logrado transmitir valor por los ritos. Me pidió tiempo para hacer la película colectiva que es tradición hacer en su escuela en el 5to grado, y pues ya que esperaremos eso acordamos esperar su “graduación” de primaria.


Después de eso aceptaría pasar un par de años en remoto viajando y aprendiendo. Con cierta alegría cuando se cerraron las escuelas celebré que se adelantaba la espera, y aunque no sería viajando. Comencé a disfrutar enormemente la oportunidad de aplicar la técnicas educativas de mi preferencia en las lecciones diarias, fortaleciendo sus aprendizajes con ética, relatividad cultural, finanzas e inteligencia emocional.


Pero la realidad golpea por el lugar menos esperado.

Fue desde el colegio de mi segundo hijo, donde los profesores me dieron una estocada inesperada.


Ese colegio es centrado en la música y llega hasta el final del bachillerato. Decidieron celebrar y grabar la “graduación” de la promoción 2020. En el video se ven los profesores respetando la distancia social, todos de pie solemnes cantándole a los graduandos. Las cintas de seguridad que se solían usar para cerrar espacios antes de un concierto, ahora estaban allí para marcar los límites entre los alumnos y los docentes. Algunos estaban parados en la puerta de los que fueran sus salones (cada profesor tiene un aula de clases asignada), los saludaban desde lejos y daban abrazos en distancia. Las selfies se hacían con distancia y solo cambian dos o tres personas en lugar de los 15 o 20 que suelen apretarse en una foto de grupo.


Cada uno de los graduandos colocaba sus pertenencias en una bolsa mientras vaciaba su casillero. Entre las preparaciones que hizo el colegio, les habían colocado a cada uno una foto de actividades en grupo tomadas durante los primeros meses con una nota afectuosa. Se puede ver también a una de las profesoras que se paseaba por los pasillos vestida con traje de fiesta de graduación y detalles como la foto en las escaleras exteriores con solo pocos estudiantes


Al final, cuando habían terminado de recolectar sus pertenencias, pasaban cada uno por la entrada, mientras el canto continuaba y recibían aplausos y hurras, no estaban vestidos de gala, tampoco estaban allí sus padres ni amigos, no les dieron un diploma, recibieron en cambio una porción extra de gel antibacterial y en lugar de toga y birrete llevaban una pesada bolsa negra en sus espalda. Cerraban la puerta lanzado un beso al aire, a quien viera el video, a ellos mismos quizá, a los amigos que no verían al día siguiente ni habían visto el día anterior.


He de confesar que lo he visto al menos 10 veces y por pertenecer a un grupo cerrado no es posible compartirlo, aunque en mi opinión es una obra de arte por lo sentido y profundo del acto. Desde el primer momento sentí y pedí, con sorpresa para mi, “yo quiero que mis hijos se gradúen allí, con esos valores, con ese espíritu”. Yo quiero que ellos vivan una graduación. Yo disfrute muchas graduaciones y son fantásticas… Y aún creo en la escuela en casa, pero si en el mundo que viene existen graduaciones, espero que mis hijos las vivan. A veces cuando se desea un cambio, es fácil enfocarse en los beneficios y poco en la pérdida.


Aceptar el dolor como parte del proceso y crear teniendole en cuenta

En mi opinión lo poderoso del video es lo real, la aceptación de lo que ocurre y la creatividad de hacer algo sin que el espíritu se doblegue por una realidad y un virus que no invitamos pero llegó cuando quiso. Yo me emociono ante la belleza imponente de lo real aunque sea doloroso y para algunos grotesco. Me encanta cuando no se pretende olvidar ni obviar lo que pasa, y se les da, al dolor y la alegría justo espacio para convivir.


Aunque estoy orgullosa de adaptarme con facilidad, hoy aceptó que ese mundo superfluo y consumista tuvo cosas muy buenas. Fue allí donde mis hijos compartieron fantasías en un parque no solo por estar frente a increíbles atracciones, sino por estar cons sus primas a quienes la migración les ha hecho crecer aparte. Hoy me doy permiso para extrañar a mi país, corrupto y pobre, fue ciertamente un lugar inigualable para crecer. Hoy me doy permiso para extrañar a los amigos que se fueron y ya no son parte de mi cotidianidad. Hoy quiero ver fotos, celebrar ese pasado que aunque acabó, fue hermoso, y dio paso a lo que hay.


Sigo creyendo que después de esto el mundo será un lugar mejor. Madre de dos se lo que duele un parto, y son las infinitas letras de Silvio Rodríguez las que suenan hoy en mi cabeza. Creo que la era está pariendo un corazón, y yo hoy me senté como doula a su lado a compartir el dolor de lo que viene y de lo que ya no será.


Yo no se como sera el futuro, pienso seguir concentrado en disfrutar el presente, pero hoy me he dado el permiso para llorar el pasado. Un pasado tan hermoso que bien merece un brindis y hasta un llanto. Y cuando se pueda de nuevo un gran abrazo de esos largos que quitan el aire, uno de esos que te hacen sentir que puedes desmayarte y no caerás, de esos que son sin duda lo que hoy más extraño.


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