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Las cosas que no he hecho

Hace varios años, cuando Lacan y su  psicoanálisis me empezaban a conquistar, como usualmente he hecho antes de caer rendida ante algo nuevo, me decidí a hacer un curso para aprender de Lacan, y conocer un poco más antes de sucumbir al diván. De alguna manera estudiarlo me hacía sentir que pisaba terreno seguro, los años me fueron mostrando lo naif de mi pretensión: seguridad y amor suelen ir de la mano.


Un día, la profesora de Psicoanálisis comentó el reciente libro de George Steiner "Los libros que nunca he escrito". Steiner en el prefacio del libro comentaba su frustración al recibir la llamada de Estocolmo, para ser una vez más jurado del Nobel, preguntándose cuando lo llamarían para anunciarle que era el ganador. El libro que me parece fascinante y está todavía en mi inacabable lista de pendientes.


Siento que de alguna manera fui llenando tablas y tablas de mil pendientes, tenía una hermosa e impresiónate biblioteca. Al llegar a casa mis amigos casi siempre se detenían para ver todo lo que tenía, podía ser para verificar si había algo nuevo, o para detectar algo que no había notado antes, otras veces para aprovechar la oportunidad para pedir a cualquier ejemplar prestado, sabiendo que como siempre, diría que sí, y repetiría el viejo chiste malo de los dos tipos de tontos, los prestan los libros y los que regresan, de los cuales formo parte orgullosamente.  Para otros aquella inmensa colección de libros no era más que una gran fuente de polvo, hongos e indeseables insectos, en todo caso para nadie pasó desapercibida, fue una más en nuestra casa, y sin duda una gran cantidad de peso en cada mudanza.

Mi creciente biblioteca me acompañó casi todas mis mudanzas, casi todas, porque mis libros nunca dejaron de Caracas. Cuando nació mi primer hijo, sus cuentos empezaron  a necesitar más espacio, y así me dedique con calma y respeto a clasificarlos y embalarlos adecuadamente, sospechando que muchos de ellos no terminarían en una nueva pared de mi casa. El espacio en nuestras viviendas es algo de lo que siempre hemos carecido. Sin embargo cada viaje traía nuevos inquilinos, aun sabiendo que me mudaría seguía comprando unos que realmente eran muy interesantes. En nuestra última visita a Caracas, solo vieron la luz de mis lámparas de papel para volver a ser clasificados dos grupos, los que tenían la esperanza de algún día pasar por la aduana y los que serían parte de una donación masiva a la biblioteca de mi Universidad. Después de dos fallidos intentos de entregarlos a un librero de libros usados para obtener alguna ganancia y de ofrecerlos sin costos a alguno de mis alumnos o amigos, poco más de 20 cajas llegaron a mi Universidad, al pasillo detrás de la entrada de la Escuela, mientras estaba en  una defensa de tesis, algunos profesores y estudiantes pasaron con disimulo y tomaban uno o dos que les lucían interesantes, al salir me despedí con un buen recuerdo y la satisfacción de devolver algo al lugar que tanto me dio. Durante meses sé que estuvieron a medio pasillo las cajas azules llenas de mis libros recostados, aun no sé si esos libros están todavía en cajas o  llegaron a estar de pie de nuevo juntos en algún estante.


Finalmente ha llegado el momento de elegir lo que va a pasar con las cajas restantes, debo decidir si estoy lista para dejarlas o dispuesta a pagar el costo extra por unirnos en estas nuevas latitudes. Yo estaba muy decidida a autorizar la donación en masa, finalmente se trata de cosas materiales, "libros son libros y los puedes buscar en cualquier biblioteca". Pero al ver la lista llenaron mi mente fantasías,  miles de recuerdos y muchas preguntas hicieron su espacio ¿cuántos de ellos son recuerdos de cosas que no he hecho, las investigaciones que no hice, los artículos que no he escrito, los proyectos no complete,  los que nunca empecé?, recuerdo a Steiner y su libro, que es también una pendiente segundo nivel, los libros que tenía en mente para comprar y también leer.


No sé cuántos logren llegar aquí, pero es un costo alto y no quiero pagar el peso extra, no quiero que me traiga promesas incumplidas. Creo que es el momento perfecto para replantearme mi biblioteca, quiero que sea un espacio de confort, el lugar donde mis niños se sienten felices de descubrir nuevos mundos, donde encontramos más tema para alimentar la conversación y llenar otra vez la copa de vino. No quiero tener más libros que estén allí para recordarme la vida que no tuve, lo que podía hacer y no hice.


Quiero dejar de tener una lista de pendientes, y dejar fuera de mi espacio todo lo que me recuerda lo que pudo ser y no fue, finalmente si no las hice fue o porque no era lo que quería o porque no era lo importante, puedo mirar hacia atrás y sentirme satisfecha con lo que hice. Miro a mí alrededor y me encanta lo que hago. No quiero dedicar tiempo a pensar en lo que podría ser, con mis hijos, con mi marido, quiero que disfrutemos lo que hacemos.

Quiero llenar ese espacio de sueños y alegrías, de  descubrir nuevos tipos de dinosaurios mientras mi hijo está orgulloso de su flexibilidad y logra mostrarme cada letra con su cuerpo, contarle del libro que se lee jugando, conversar y profundizar sobre lo que pasa en las películas y sus referencias históricas, quiero reírme sola con el invento del tubo de pasta de dientes casi finalizado , quiero descubrir el hielo en Macondo y decirle al Coronel que ya se acabó el café y que no dejamos nuestro país para venir a comer mierda ...


Y para eso no tengo que tener aquí los libros, porque ya están conmigo.

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