Hace 9 años por primera vez salí a pedir dulces a extraños. En la Venezuela en la que crecí, no se celebraba Halloween y para muchos estaba mal hacerlo porque no era parte de la cultura. Los disfraces se usan en carnavales, pero no se pedían dulces en la calle y menos se le tocaba la puerta a gente que uno no conoce para pedir.
Sorpresas inesperadas
Mi segundo hijo tenía casi dos meses y mi hijo mayor 4 años. Teníamos aún disfraces de los carnavales antes de migrar. Decoramos toda la casa con el contenido de dos cajas enormes que nos habían regalado en uno de esos anuncios que los estudiantes ponen antes de mudarse a inicios del verano. Tuvimos las cajas guardadas varios meses y un par de semanas antes de Halloween decoramos toda la casa. Compramos unas bolsas de dulces, estábamos emocionados y expectantes, sin saber lo que nos esperaba esa noche. Confieso que busqué en las noticias sobre los riesgos de comer dulces que otros te dan. Solo encontré advertencias sobre pasar frío o usar mascaras que limiten ver las escaleras. Una vez más se hacía claro que mi realidad, el entorno y los riesgos eran completamente diferentes.
La gente empezó a tocar la puerta a las 6 en punto. Era muy raro y agradable eso de abrir la puerta a extraños para darles algo. Era más raro aún que lo recibieran sin desconfiar. Los niños sonreían con sus disfraces. Todos estaban disfrazados. No solo los niños. Nada tenía que ver con la imagen acartonada de las películas de ser una noche macabra y misteriosa. Unos minutos después salí con mi pequeño de la mano a pedir dulces. Caminamos solo un par de cuadras y llenamos todo el balde. Nos tomó casi una hora. Cada puerta estaba decorada, cada una nos recibía con una sonrisa, muchos dulces y un deseo de pasar una feliz noche. Yo quería seguir, pero mi pequeño Spiderman podía dar un paso más, aun sabiendo que cada nueva puerta significaba más chocolates.
No podía con la impresión. La gente abría las puertas con una felicidad increíble. Las casas hermosamente decoradas, todo el placer era dar. Aún hoy es muy difícil de describir. Detrás del manto de los sustos, las brujas y los monstruos, solo había alegría, risas y generosidad, mucha generosidad.
Una última vez, y esperando la próxima primera
Hace unos días salimos como cada año. Hoy en día es casi mi tradición favorita de Norteamérica. Preparamos los disfraces con suficiente tiempo y tenemos dulces listos para todos los que toquen la puerta. Decoramos la casa y ponemos calabazas con luz para que se sepa que estamos celebrando.
De pronto, entre luces y risas, me di cuenta que los adolescentes estaban en grupos sin adultos y riendo entre ellos. Vi a mi hijo mayor caminando varios pasos delante de mí con su mejor amigo. Y supe que era el cierre de una etapa. Antes de entrar a casa le pedí a mi grandote acompañarme y dar solos una vuelta más. No habían casas decoradas en nuestra cuadra este año, pero quería disfrutar de nuestra última colecta de dulces de la mano. La primera vez es muy emocionante porque uno no sabe qué esperar, la última vez suele ser increíble pero usualmente no sabemos que será la última, y las veces lo sabemos, es tan doloroso, que preferimos ignorarlo. Yo sabía que lo era y quise saboreala, hacerla presente y nombrarla para ambos. Para mi la última vez es para celebrar y honrar lo vivido y abrir la puerta con emoción a lo que viene.
Caminamos una vez más disfrazados y tomados de la mano, recordando los años anteriores y cuánto nos queremos. Diciéndole una vez más cuánto he disfrutado verlo crecer le repetí cuanta emoción me da verlo pasar a la siguiente etapa. Rodeados de la noche en la que los miedos se desvanecen, celebramos en privado el fin de una etapa y el inicio de otra.
Mi definición de Halloween
Detrás del mercadeo de un terror que no existe, por una noche, todos disfrutamos de la magia de la generosidad y la abundancia entre risas y alegría. Escondidos detrás de las máscaras somos más auténticos. La gente comparte, se le abre la puerta a extraños, se decoran las casas para invitar y se da sin esperar recibir. Una noche en la que todos ríen sin excusa. Pero que quizá es demasiado para una sociedad que se afana en celebrar logros en el individualismo, el consumismo y quizá se protege diciéndose egoísta, miedosa y recelosa.
Por eso es una de mis fiestas favoritas. Para mis hijos lo es, pero porque es la única noche en la que se pueden comer dulces pasadas las 6 de la tarde.
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