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Muy seriamente, hay que reirse

Desde hace mucho practico la risoterapia. Desde antes de saber que era algo que se estudiaba y la gente se certificaban en eso. Yo no sabía que era un tipo de terapia pero sí sabía que reírse ayudaba en la vida. Y la verdad es que se me da natural. No es que no me moleste, sí que lo hago y bastante y acaloradamente. Pero suelo decir que mi superpoder es verle el lado positivo a todo. Y una vez que consigo lo bueno, el siguiente paso es hacer un chiste de eso.


Yo fui de las que se enamoró perdidamente de la película Patch Adams. Mientras había gente que salía del cine (como el sujeto amargado que fue conmigo al estreno) diciendo que era irresponsable y antihigiénico meter a un enfermo en una piscina de espaguetis, yo solo quería pasar mi vida haciendo eso. Traté de formarme una vez como payaso de hospital, pero la certificación era muy costosa, yo era muy pobre, o ambas. Pero siempre invertía mis ahorros en ver a comediantes en teatros o comprar sus cd. Una vez un amigo y yo recorrimos la ciudad entera solo para buscar el cd player del carro (no teníamos smartphones en esa época) para poder escuchar por vez 500 a Virulo. También tenía una carpeta en mi correo electrónico con solo chistes, de esos que la gente enviaba sin leerlos. Cuando estaba muy estresada o molesta abría la carpeta y me ponía a leerlos, a los pocos minutos empezaba a reír sin disimulo. Ahora todo es más simple y solo tengo que pedirle a Google que me muestre chistes y la magia empieza.


Más de una vez he recibido malos comentarios y críticas muy duras por eso, de esas que para nada hacen reír. Muchas veces me ha dicho que la vida no es para tomárselo todo a chiste, que tengo que madurar y enseriarme, hacer las cosas que hacen los adultos, algo así como comprar una casa y tener un trabajo seguro, como por ejemplo para una agencia del gobierno. Yo entre tanto solo pienso en viajes y trabajo en cosas que me parecen divertidas. Y la verdad aprecio los consejos de los adultos, pero yo quiero seguir riendo.


Hacer reír a otros


A mí me encanta hacer reír. Con frecuencia digo que me la doy de comediante. Es algo difícil y arriesgado y muchas veces sale mal. Antonio Cova, quien fuera mi mentor en la academia y la vida, era un grande de combinar teoría con chistes, era difícil saber si se estaba en una clase o en un show. Uno pasaba las clases riendo sin percatarse que estaba aprendiendo los conceptos claves de la Sociología y la Política. Yo nunca llegué a su nivel de genialidad, pero definitivamente tenerlo como ejemplo y modelo a seguir me dio alas para seguir haciendo un chiste de cualquier cosa. Siempre en mis clases a niños y a adultos le hacía chistes de inicio a fin. A veces salen muy mal y nadie se ríe y la experiencia no es divertida. Lo más gracioso, pero solo para mí, es cuando los chistes me gustan tanto que no puedo ni hablar solo riéndome sola sin poder terminar de contarlo. Realmente es muy embarazoso cuando ocurre, más aún sí se está dando clases, pero es muy divertido.


Migrar agregó una dificultad a mi comedia cotidiana, no solo porque hay que hacer chistes en otro idioma, sino porque los chistes son graciosos culturalmente, y con facilidad tratando de agradar se puede ofender. Las cosas que son graciosas en un país no lo son para nada en otro. Me tomó un buen tiempo sentirme cómoda otra vez, hasta que un buen día me solté, para no recatarme de nuevo. Cuando empece a hacer chistes en las entrevistas de trabajo supe que estaba cómoda en mi nuevo país. Una entrevista es una situación estresante para todos, y no hay nada mejor para relajar cualquier situación estresante que reírse.


Reírse de si mismo


Es quizá lo más difícil y lo que más se me da. Una vez estaba en una situación personal muy complicada y por el stress se me comenzó a caer el cabello, lo gracioso es que una de mis cejas quedó muy muy delgada pero la otra siguió siempre igual. No era suficiente tener esa rara alopecia (por suerte temporal), pero además no era uniforme sino dispareja, era una cosa realmente rara y difícil de pasar por alto. Y claro que tenía que esforzarme de salir de aquello (y lo resolví) , pero el cabello no se recupera tan rápido y menos en las cejas. Primero pensé en comprarme unos lentes de lectura (que no necesitaba en esa época) y fingir que era muy intelectual, pero ninguno me cubría las cejas. Así que compré un creyon de cejas y aprendí a maquillarme, y lo hacía sin reparo a mitad de pasillo. Cuando alguien me preguntaba decía que quería ser como Maria Felix, la hermosísima actriz mexicana, pero a medias porque yo no era tan bella como ella, así que solo necesitaba maquillaje de un lado. A veces me cubría un ojo y decía “es que tengo un lado que quiere ser modelo y otro académica”. A veces decía que quería ser como Frida Kahlo, pero solo de lado. Y así todos reíamos, se aliviaba la tensión, tanto del que quería preguntarme qué me pasaba, como de los más tímidos que ya no tenían que mirarme con disimulo. Pero sobre todo era una ayuda para mí misma, era refrescante mirarme al espejo y jugar cubriéndome un lado buscando parecidos con personajes, haciendo muecas de todo tipo, en lugar de seguir reiterándome que había perdido el cabello, que claro lo seguía haciendo, pero entre chistes.


Reírse de uno mismo no significa ignorar los problemas. Los problemas estarán allí, esté uno riendo, gritando o llorando no van a desaparecer. Lo importante es solucionarlos. Actuar, conseguir la causa y salirle al paso. Pero al menos yo, pienso con más claridad cuando me rio. Y si me rio bastante pues pienso mucho mejor. Creo que verle el lado positivo ayuda, y no es negación, no se trata de ignorar lo malo. Es importante mantener claridad en lo que ocurre, lo mejor y lo peor, lo que ayuda y lo que entorpece. Pero es que siempre hay un lado bueno, en lo que sea, y por qué no reír de eso, y si se puede hacerse ruidosa y escandalosamente, mejor.

Reírse no se acaba


Yo no soy experta ni certificada en risa, tampoco soy comediante que pague las cuentas haciendo shows, aunque me encantaría. Pero me encantan todas las risas. Las risas calladas en silencio, como de complicidad, las ruidosas que son imposibles de ignorar, que hacen doler la barriga, las solitarias y las compartidas. Para mí todas son maravillosas. Lo único que no soporto es la risa falsa, la burla la que se hace para herir a otros, esas no son risas, son muecas que no entran en estas letras, ni en mi vida.


Yo las relaciones que más disfruto son las que me hacen reír, no en vano mis mejores amigos son la gente con quienes más he reído (y llorado) sobre todo de nosotros mismos. Llamar a una de esas amistades de larga data, para reír a carcajadas recordando una tontada cualquiera no tiene precio. También es maravilloso hacer nuevas amistades y descubrir el sentido del humor que nos une. Reconozco que me cuesta mucho y no se me da establecer relaciones duraderas y profundas con gente que no se ríe. Quizá me leí demasiadas veces el Principito cuando lo actúe en el teatro del colegio, pero es que las personas adultas y serias la verdad me aburren.


Y es cierto que hay momentos difíciles en los cuales la risa se apaga y se difumina, momentos en los que los colores se hacen oscuros y en los que es difícil siquiera sonreír. Lamentablemente es cierto. Pero al menos para mi son momentos y me repito tanto como puedo que van terminar, y me ayuda simplemente tomar una vacación dentro de la solemnidad que envuelve el problema, y escuchar uno de mis comediantes favoritos, leer mis libros de comedia y chistes, o hablar con alguien sobre recuerdos graciosos. Porque si el problema es tan grave y duradero, no va a dejar de serlo porque yo me escape un rato. Y según yo, es en esas vacaciones de risa cuando agarro ánimos y creatividad para encontrar una solución a lo que ocurre.


Por eso, es muy en serio, ahorita lo mejor que puedes hacer es reírte.




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