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No soy una mujer blanca exitosa, ni tengo ganas de serlo

Actualizado: 22 may 2022

Soy anti racista desde antes de saber que significaban las razas y el racismo, la sola idea de discriminar a otro por cualquier motivo ya me es del todo molesta. Suelo decir que tengo un problema con la violencia, no me gusta, y el racismo es una forma de violencia. A mi más básico entender, todos somos tan diferentes, que solo por eso no tiene sentido que algunos se crean "más iguales que otros".


Nací en una familia que se dice no mestiza en un país que es famoso por el mestizaje, crecí en un ambiente tan racista que del racismo no se hablaba, solo se negaba. Nací cianótica (de ese color azul o morado de algunos recién nacidos) y de allí mis padres autodenominados blancos decían que era negra, y por consecuencia fea. Tenía los cabellos rizos, y a cuesta de mucho secador y camomila fueron lizos y castaños. Con los años si alguien me quería hacer molestar bastaba decir "la blanquita" o la "catira". Como corresponde la rebeldía de la adolescencia fue la excusa para frecuentar la playa a dorar mi piel y con la ayuda de químicos permanentes volví a tener mi cabello rizado.


A mi sano entender era morenita, situación que fue dilucidada rápidamente por la dermatóloga que me aclaro sobre la importancia de cuidar la piel, "las personas de piel clara se queman con el sol, las oscuras se broncean". Sin más que decir tome mi protector solar recordando las incontables, rojas y dolorosas insolaciones a las que debo mis muy numerosas pecas. Ya no me angustia mi color, tampoco la textura de mi cabello, ahora simplemente creo en los criterios de salud. Finalmente vivo en una ciudad en la cual el color de la piel es tan diverso como insignificante.


Pero el racismo va más allá. Ser una blanca exitosa es una categoría que me molesta, como casi todas las categorías que siento son camisas de fuerza que sujetan las libertades y la espontaneidad.


Soy feminista pero no puedo decir que estoy enamorada, que me encanta recibir flores, que puedo seguir a mi marido hasta el fin del mundo, que amo a mis hijos con locura, que la lactancia, el colecho y el parto sin medicación han sido un regalo y una decisión, porque entonces soy traidora, sometida, sumisa.


Soy profesional, académica apasionada de los números y las tecnologías. Pero no puedo decir que ante todo soy una mamá preocupada cuando tiene un hijo con fiebre o una pesadilla, que soy parte de una familia que hace maromas con el tiempo para postergar la escolarización de sus hijos hasta que sea un deseo de ellos y no un alivio para nuestras rutinas. No puedo decir que no creo en emergencias en la oficina, a menos que se trate de la aprobación de una política alimentaria que impedirá en el instante que los niños de África dejen de morir de hambre, eso para mí es una emergencia en la cual casi nadie está trabajando, el resto de eventualidades cotidianas de las empresas no creo que las hagan quebrar. Pero si lo digo tengo falta de compromiso e identificación con los valores corporativos y el ideal de competitividad.


No creo en dedicarles tiempo de calidad a mis hijos dos horas en la tarde. En mi casa la calidad es estar todos echados por horas en la misma cama viendo la misma película infantil repetida y con todos los personajes entre las sabanas y uno que otro incrustado en la espalda. Comer pizza con las manos, limpiarnos de las sábanas entre risas y miradas cómplices si se acabaron las servilletas, tomar todos del mismo vaso que mi marido agarro con las manos sucias y donde mi hijo menor tiro restos de pan. Si hay un sitio donde puedo rendir el tiempo con calidad es en mi oficina, incluso puedo ser increíblemente eficiente y rendir los mismos resultados desde mi computador en mi cama, pero no puedo darle animo a mi hijo desde la oficina.


No creo en dejarlos llorar, no creo en que los celos son necesarios ni muestra de amor, no creo en dejarlos solos en la calle para que asusten y aprendan no creo en los golpes a tiempo que todo lo solucionan, no creo en tantas cosas en las que todos creen y sobre todo no creo que tenga que estarme explicando todo el tiempo, ni que merezca ser sancionada ni señalada por mis no-creencias


No necesito amasar dinero en cantidades que no puedo pronunciar, no necesitamos más televisores que personas en casa, no necesito un GPS para viajar, tampoco más espacio del que podemos pagar o limpiar para vivir, solo necesitamos lo básico para estar tranquilos, cómodos y felices. Disfruto conocer y dejarme sorprender por lo inesperado y lo secreto. Puedo ver un atardecer son fotografiarlo, disfrutar una comida impronunciable sin “tagearla” y sobre todo disfruto contar historias de las que la única prueba es mi memoria y mis recuerdos



No soy Hippie, no soy rara, no soy excéntrica, no soy Hipster, no soy blanca, solo quiero ser yo, vivir y disfrutar a mi manera sin tener que dar explicaciones sobre lo acertado o no de cada una de mis decisiones, estoy cansada de eclipsar parte de mi vida porque no es políticamente correcta o acorde con el resto, porque no se corresponde con el ideal a la medida de cada una de mis facetas, Pero tampoco tengo ganas de exponer mis intimidades ante toda la red global, solo tengo ganas de escribir, narrar mi pasado y performar mi futuro.

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