Me gustan los abrazos. Mis favoritos son esos tan fuertes que casi duelen, esos que no quieres que se acaben. Al menos yo quisiera estar allí por mucho, mucho tiempo.
Como soy latina, los abrazos son algo común en mi cultura, pero me tocó aprender que son una invasión al espacio personal y la intimidad en otras latitudes. Pero es que para mí, hasta pasados los 30, vivir lejos del Caribe no era una opción. Creí que tendría acceso ilimitado a abrazos indefinidamente.
Pero todo cambió y hace 11 años un viaje de 6 meses se transformó en un nuevo hogar. A pesar de haber crecido en un país de inmigrantes, la migración era un tema que sabía por referencia de amistades y parejas. Y entre otras cosas migrar significa escasez de abrazos. Para los que tenemos la suerte de emigrar en familia, el suministro se mantiene, pero tengo muchos amigos que migraron solos y les ha sido más complicado encontrar abrazos cotidianos como los que nos dábamos a las faldas del Ávila.
Cuando se deja el lugar de los afectos, se dejan muchas cosas. Y es un abrazo que se rompe de ambos lados. Un día me llamó un amigo y me dijo “Ale, esto no es solo duro para ustedes que se fueron y están solos, también lo es para los que nos quedamos, que también estamos solos” Porque los migrantes solemos pensar en lo difícil que es estar solo cuando te enfermas o tienes un bebé con fiebre y no sabes a quién llamar o nadie viene a ayudarte. Pero a veces olvidamos que no estamos allí, porque a nosotros alguien nos podía llamar, pero ese teléfono ahora está desconectado.
Abrazos por ratos
Yo encontré mi hogar en Montreal. Después de todos estos años, y con pandemia de por medio, mi suministro de abrazos está de nuevo garantizado. Para los latinos es un aliento que casi trae la brisa del mar. Para otros, es algo raro a lo que se han acostumbrado conmigo. Algunos dicen "solo acepto abrazos de Ale". Y para mí, eso es un logro más importante que los reconocimientos académicos. Enseñar a alguien a abrazar: ¿qué puede ser mejor en la vida?
Pero hay abrazos rotos que llevo en el alma y los quiero re-armar. Esos que no ocurren porque nuestras cotidianidades están a kilómetros de distancia. Como soy viajera, viajo cuando puedo, y viajo buscando aprender, perder la zona de confort y también mis abrazos. Y es lo mejor que he hecho con mi tiempo.
A veces corremos a buscarnos, a veces lloramos, a veces no nos podemos despegar, a veces es así normal, como si pasara todos los días, a veces nos toca soltarnos fingiendo que el próximo será pronto, a veces se nos olvida despedirnos, como si el próximo estuviera a la vuelta de la esquina. Pero aunque finjamos o no lo digamos, los migrantes sabemos que el próximo, con la mejor de las suertes, tardará años.
A veces he estado en la misma ciudad y no me encuentro con mis abrazos, nos desordenamos, los teléfonos no funcionan y tenemos que irnos sin vernos. A veces nos hemos confundido (yo casi siempre, porque ando normalmente en las nubes). A veces estamos (como el título de una de mis películas favoritas) “ tan lejos y tan cerca” y no nos vemos.
Nunca es suficiente tiempo, a veces solo tenemos media hora, a veces unos cuantos días, pero nada será ese flujo constante que teníamos cuando estábamos a una llamada de distancia. O simplemente coincidíamos en el centro comercial, en el supermercado o en la calle. Porque en casa, uno se encuentra con sus abrazos en cualquier momento y esos son maravillosos. Ir caminando por la calle, escuchar una voz familiar, o llegar a una fiesta y ver una cara familiar, y de inmediato, un buen abrazo.
Yo tengo de esos en Montreal, y eso hace de Montreal mi hogar. Pero para darme el gusto de reconstruir los que quedaron en mis planes de un futuro que nunca ocurrió, en el que todos estábamos cerca siempre, esos, debo planificarlos. Muchas veces no es nada sencillo. Tenemos responsabilidades, horarios, trabajo, hijos, parejas y montones de cosas que antes sencillamente no existían. Pero aun así, aún 5 minutos, aunque nos perdiéramos y no nos veamos, solo poner toda esa energía y ganas en pasar un rato juntos, eso para mí es lo mejor que puedo hacer, el mejor regalo que puedo tener y lo que más alegría me da.
Abrazos en el mundo digital
Tengo ya 6 años trabajando completamente remoto, 3 de ellos siendo mamá de escuela en casa. Muchas de mis relaciones y las de mis hijos ocurren a través de una pantalla. Para mucha gente eso no es normal, ni bueno, ni sano. Yo he encontrado que logró conectar con la gente como si estuviéramos al lado en el mismo espacio. No han sido pocos los llantos, risas y celebraciones de un lado y del otro de la pantalla, y si, nos falta ese momento de apretarnos y sentir de verdad hay alguien allí dando contención. Eso me ha permitido mantener la conexión con gente a quien probablemente no volveré a abrazar, pero nos sentimos tan cerca como si estuviéramos en la misma cuadra. Y por otro lado, he conocido seres humanos maravillosos, que de estar aún en mi valle protegido por la montaña, jamás había conocido.
Yo logro querer y enganchar más allá de los megabytes, porque sigo viendo a la persona que está allí. Seguimos queriéndonos, y lo más maravilloso ha sido comprobar esa conexión cuando nos vemos y lo único extraño es nuestra altura o contextura ( soy más bajita de lo que la mayoría se imagina).
Lo más increíble de buscar mis abrazos es que todos son maravillosos, los cortos, los largos, los planificados, los espontáneos, los que le dan forma a lo que hemos construido el ciberespacio, y que hoy son tan míos, cálidos e importantes, como esos que dejé en el caribe.
* y como los abrazos son tan ricos, no tengo ni una foto, pero esta me gustó
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