Me encantan las películas de Pixar. Hace mucho que los directores dejaron claro que no son solo para niños. Me gustan todas, sin excepción, pero hay una que me resuena hoy: Luca.
Sin hacer spoiler, Luca es una historia en la playa, mi lugar favorito en la tierra, y cuando Luca siente que no podrá logra el reto, Alberto su amigo le dice, pues esa voz que te dice que no puedes, la debes mandar a callar y solo gritar “Silencio Bruno”.
Hace unos meses, mi hijo menor estaba conversando conmigo y me quedo viendo, sin pensarlo más me dijo, “mamá, como Luca, dices Silencio Bruno y listo”.
Una amiga le puso nombre de mujer, y eso me gustó. Así que desde hoy le llamo Lola.
Lola, que te calles!
Yo soy una mujer normal, de esas que siempre se sintió menos, más bruta y la más fea. Resulta que mientras más hablo con amigas y mujeres en general, más me doy cuenta que casi todas tenemos las mismas creencias, parece casi una religión, algunas lo ocultan de una manera fantástica, sin embargo, no dejo de salir de mi asombro cuando veo actrices superfamosas y hermosas diciendo lo mismo. Es aparentemente un asunto general. Porque he descubierto hablando con hombres que ellos también se sienten igual, solo que los han educado mejor para ocultarlo.
Entonces, todas esas creencias que nos hacen sentir menos, se meten como una voz imposible de parar, que nos repite que no somos lo suficiente, que no lo vamos a lograr, que sencillamente somos, lo que ahora se llama, víctimas del síndrome de impostor.
Pero es un síndrome que llamo basada en Pixar: "Lola en mi cabeza". Crece, y se mete en los huesos, tanto que llegan momentos que son plenos, pero se siente un vacío. Algo falta, nos decimos. Pero en realidad es que algo sobra. Sobra esa voz de temor y fracaso que dice que no lo merecemos, que no es correcto y que si está bien ahora es porque algo mal estará después.
Hace un año me fui de viaje para celebrarme, y en un museo paseando, viendo a mis artistas favoritos, Lola dejó de resonar. Porque esa voz existe porque la alimentamos con nuestros miedos. ¿Qué tanto miedo se puede tener disfrutando del arte?, así que se fastidió, se perdió, se quedó por allá y me dejó, pensé yo.
Ale habla
Entonces reflexionando con un amigo sobre la lentitud que experimenté esta vez en hacer mis rituales de año nuevo, sobre todo en reconocerme mis logros, me di cuenta de que Lola estaba allí. Había estado dormida y fastidiada, porque no la escuchaba, pero en lo más profundo allí está, pues es solo parte de mis miedos, y apareció fresca para prender su música.
Y una vez que la encontré ya todo es más sencillo. Mientras yo hablo no puedo escuchar las idioteces que la historia y la cultura han sembrado en mi cuerpo y alma. Y decido escuchar esa voz interna con amor que he ido creciendo, y en la que mis amigas y amigos más cercanos han colaborado. Se trata de alguna manera de cambiar de sintonía.
Así que con una foto de un beso para mí, tomo yo la palabra celebrandome todo lo bello, lo bueno y fantástico que he logrado, con gran gratitud por mis amistades fabulosas, que como Alberto me recuerdan decir “Silencio Lola”
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