Desde que salí embarazada, lo que más he recibido son consejos, todo el mundo tiene una opinión, todos saben que es lo mejor para mi bebe, para mi, y para mi familia.
Y los consejos como tal no tienen nada de malo, pero la mayoría vienen acompañados de un dictamen, una sentencia apocalíptica, porque hoy en día decidir ser madre y amar, es absolutamente controvertido y hasta negativo. Las mujeres debemos cuidar nuestros cuerpos, nuestro desarrollo profesional, la llama de la pasión en la pareja, y por sobre todas las cosas impedir que ese pequeñín invasor arrebate con sus gritos y llantos todo lo que se ha conquistado.
Antes de nacer, sentí a mi hijo en el vientre y tal era mi emoción que dudaba estar llevando en mi interior a un destructor de vidas y corazones, la primera vez que gracias a los nuevos ultrasonidos, que tienen más dimensiones que la realidad, pude ver en detalle su corazoncito latir, el mío salto de un brinco para nunca más volver a estar tranquilo, sentir su vida dentro de la mía era definitivamente todo un regalo.
Cuando nació, aquella hermosa mirada y su incipiente sonrisa me decían que venia a amar y ser amado, ¿cómo un alguien tan hermoso podía destruir? Simplemente desatendí a cuanto profeta y profetiza cruzaron mi camino, y en familia vivimos con Tetica y Vida.
Teta a diario, a libre demanda, cuando él quería yo se la daba, pero no quedó allí, besos y abrazos también a la orden del día, y de nuevo el Apocalipsis tocaba la puerta: lo están malcriando, deben recuperar su matrimonio.
Por principio, mi muy hermoso hijo nació del amor, se recupera lo perdido, por lo tanto, lejos de entorpecer ha venido a avivar nuestra vida, nuestra pasión y por sobre todo el amor infinito que nos ha enseñado que existe.
Como madre del siglo XXI asumí que teta y colecho estaban prohibidos por dictamen modernizador, así que leímos, estudiamos, y en medio del tsunami de información que invadía nuestra casa, entre libros, opiniones, criterios médicos y páginas de Internet, en un inusual espacio de silencio logramos oír una experta y desconocida voz que nos dijo, "podrás leer todo lo que quieras, pero hay algo que no está en los libros, esas ganas enormes que sientes de estar cerca de él todo el tiempo". Así que cerré los libros y sus estadísticas de niños conflictivos, la computadora con sus detalles sobre la muerte súbita, y recostada junto él, amor y teta se convirtió en la premisa de nuestro día a día.
En este mundo silenciosa y solitariamente hípercomunicado, con Internet bidireccional, cámaras con tanto megapíxeles que es imposible enviar las fotos por correo, teléfonos con tanta funciones que sustituyen mirar a la cara por enviar emoticones a quienes están lejos, computadoras tan pequeñas que se pueden leer mientras se espera un ascensor; amar resulta simplemente improductivo, pasar la tarde pisando la grama juntos y disfrutar los enormes primeros pasos de un cumpleañero son casi un desperdicio, pero para quienes creemos que un año es una enorme cantidad de tiempo, en la que se conquista el mundo con risas, en la que un llanto significa sin palabras un gran dolor muy humano, y en la que un abrazo y una tetica devuelven la vida, aquellos que somos declarados aprendices de la inocencia y sabiduría de nuestros hijos, pedimos a los expertos que nos dejen amar.
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