En el maravilloso cuento de Gabriel García Márquez, "solo vine a hablar por teléfono", todo se complica ridículamente porque nadie escuchó realmente lo que María de Luz decía. Confieso que más de una vez, me he sentido en la piel desesperada de ese personaje, quien trata de explicarse una y otra vez hasta que no le queda otra que aceptar una realidad impuesta que no le pertenece, todo porque no la escuchan. (Y para los que no han leído el cuento, es una completa joya que les recomiendo y por eso no cuento los detalles).
Cuantas veces solo se quiere hablar, y se está frente a otra persona quiere resolver, decir, entender o en cualquier caso participar activamente. Puede ser muy agotador. De alguna manera, siento que cuando no se escucha, es porque hay una necesidad enorme de retomar el poder, de volver a ser el centro de lo que ocurre.
A mí me gusta mucho hablar, puedo pasar horas hablando, pero cuando hablo, mi placer está en compartir y sentirme escuchada, que la otra persona me ve y me siente. No quiero nada en retorno, solo atención. Pero no es poca cosa, el tiempo es lo único que nunca volveremos a tener, es muy valioso, y darle a otro el tiempo, sin hacer nada, para algunos es pedir demasiado. Quizá, diría un Profesor Norteamericano que conocí en Venezuela, es porque mi familia es de los pueblos de la costa oriental, donde la gente en la tarde se sienta en la puerta, solo a ver, sin hacer más nada. Para mí solo escuchar, sin hacer más nada, es muy valioso.
Porque también me encanta escuchar, pasar el tiempo necesario para la otra persona navegando por sus ideas y sentimientos. Me molestan las conversaciones superfluas, descriptivas sin fondo, lo que una amiga llama conversaciones de ascensor. A mí me gusta sentir a la otra persona, recibir la invitación a sus espacios vulnerables, una confianza que me honra y respeto con mi tiempo y atención sin distracción. Pero cuando la oferta es al uso desmedido de palabras sin significado, sin sentimientos ni vida interior, la verdad es que prefiero usar mi tiempo en otra cosa.
Y reconozco que eso es lo que algunos llaman "mucha intensidad" pero, soy parte de la gente que nos gusta vivir la vida en esa vibración alta, íntima y profunda.
Con frecuencia me excuso de conversaciones, donde un experto autonombrado, sabe que es lo mejor que me conviene, en cualquier área de mi vida. He tenido la oportunidad de estar escuchando las fórmulas mágicas para finanzas, maternidad, vida académica, salud, pareja, amistades y profesional. Los años me han dado la maravillosa capacidad de tener menos aguante a consejos no solicitados, los cuales agradezco y rechazo cada vez más rápido.
Pero creo que lo más importante, es que nos estamos acostumbrando a no escuchar en todos los ámbitos, sin reflexionar en el impacto que esa actitud, que colmada de las mejores intenciones, puede dańar al otro.
Un ejemplo en Facebook
Hace muchos años descubrí que Facebook es para mí un espacio para conseguir comunidad, por ejemplo, lograr vincularme con otras familias educando a sus hijos en casa y en viajes. Es mucho más fácil así que estar preguntando en la calle quien hace lo mismo que yo.
Navegando sin rumbo entre los mensajes que el algoritmo decide son de mí interés, me llama la atención un comentario anónimo de una mujer, quien reconoce estar desesperada por la falta de apoyo de su pareja en la educación y cuidado de sus hijos. Inmediatamente sentí su dolor desde su deseo de compartir y ser escuchada. Poco me duró la sonrisa al ver 321 respuestas, imaginándome que había recibido el apoyo que necesitaba.
Más del 90% de las respuestas le explicaban que su situación era injusta en insostenible por decir lo menos, explicándole con más o menos detalles como resolver y tener una relación de pareja armónica y balanceada o separarse. Para el momento en el que leí, 8 personas solo expresamos empatía y apoyo, dos ofrecimos conversar. Muchos mensajes juzgaban y evaluaban negativamente su posición
Yo no tengo idea como se siente esa mujer después de leer esos 321 mensajes, no me escribió. Quizá a ella si le gustan esos mensajes. Pero si sé cómo me siento cuando me juzgan o me evalúan o me dan soluciones que no pedí: me siento ignorada, me siento en los laberintos del cuento de García Marqués, en la piel de María de Luz, abandonada, hablando sola y eventualmente sin ganas de hablar.
Cuando alguien te busque para hablar, prueba solo escuchar. No es necesario dar respuestas o soluciones para ser parte del proceso de crecimiento del otro. Muchas veces solo ofercer el tiempo atento y dedicado, es lo único que el alma herida necesita para sanar.
El mejor regalo que le podemos dar a otro es el tiempo de escucharlos, a veces solo vienen a hablar por teléfono.
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