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Una manzana para la e-maestra

Actualizado: 9 jul 2020

Yo gané mi primer sueldo serio como maestra. Digo serio, porque comencé a trabajar desde adolescente ayudando en la tienda de deportes de mi tío, tenia 16 cuando gané mi primer cheque y me gaste casi todo en comprar regalos.


A pesar de los deseos de mi familia, que esperaban que fuera abogada o médico y tuviera una carrera respetada, decidí estudiar educación, y aun no recuerdo los motivos, pero decidí especializarme en Retardo Mental. A pesar de lo importante que es para la sociedad la escuela y los maestros, al menos en mi Venezuela natal, Educación era la carrera con menores requisitos académicos y una de las profesiones peor remuneradas.


Muy temprano, aún teniendo 17 comencé como voluntaria en una escuela para niños con parálisis cerebral, donde tuve tempranamente una posición como maestra titular. Después de un par de años me retire para estudiar Sociología. Varios años después regresé por mas y complete otro año completo enseñando alumnos de sexto grado con retardo mental. Fiel a mi rebeldía, propicie actividades inesperadas y fuera de contexto, y a pasar de las carencias económicas, logramos una graduación con togas y birretes y hasta celebrar comiendo hamburguesas en una cadena de comida rápida. Al terminar mi estudios de Sociología conseguí una suplencia en un colegio alternativo, logrando mi sueño de enseñar basada en los criterios de Jean Piaget. Pero la maestra titular regresó y yo tuve que buscar otro trabajo. Y así estuve en una escuela pequeñita dictando cuarto grado especial, pero las condiciones eran realmente terribles para mí y para los niños y a los pocos meses renuncie, y así deje un salón mínimo al que se entraba por la puerta trasera del segundo grado, sin saber que probablemente era la última vez que estaba rodeada de pequeños.


Muchas veces me he preguntado si soy una maestra que estudió sociología o una socióloga que estudió educación, pero la verdad, como el amor por mis hijos, el amor por ambas carreras es infinito e indivisible.


Poca paga pero enorme satisfacción

Ser maestra es algo que se lleva en la vida aunque no se pise el aula mas nunca. Yo ame dar clases con una pasión infinita. Me encantaba ser amor de faldas largas y aún recuerdo con emoción cuando uno de mis chiquitos venía por la puerta principal con una flor para que me la pusiera en el cabello y me decía, “es que tenía que llegar rápido porque no aguantaba un segundo mas sin verte y decirte cuanto te quiero”.


No es exageración decir que el amor de maestra es como el amor de madre, eso lo se ahora que tengo a dos chiquillos a tiempo completo, a quienes además por razones de pandemia me tocó contarles que mamá era también maestra, y ejercer de nuevo pero en la sala de mi casa.


Una maestra está allí cuando se llega triste, cuando se tiene hambre, cuando se quiere compartir un postre especial y cuando se cae la merienda en el piso, cuando no se sabe qué decir y cuándo la emoción por hablar es incontrolable.


Uno de los alumnos del área laboral se escapaba para decirme que debía casarme con él. Otro me ponía su suéter encima cuando me quedaba descansando en la hora del almuerzo. Una vez me tocó ir al hospital con uno tras un accidente y cuando la mama llego me dijo “por favor habla tu con los médicos, que tu sabes mas de el que yo”. Una vez un niño que no me hablaba llegó directo a abrazarme llorando para contarle en secreto que se habían llevado preso a su papá.


Yo podría pasar días recordando escenas hermosas de mis años como maestra, y también otras tantas frustrantes y hasta dolorosas.


Pero aunque no soy persona de estereotipos, yo guardo con especial amor el día que uno de mis niños llegó con una manzana roja hermosa y reluciente y me dijo: “traje una manzana para ti maestra”. La manzana sobre el escritorio es un icono, y yo resumo todo el amor que recibí durante esos años, en esa imagen mental: esa manzana sobre mi escritorio.


Las supervisiones de una maestra

Pero el día a día de ser maestra no es nada sencillo, y es realmente agotador. Ser maestra es una carrera que no se trabaja de 8 a 4 como en cualquier empleo. Uno se levanta y se acuesta siendo maestra. Hay poco descanso real durante la jornada, que casi toda es en movimiento y con todos los sentidos alerta, porque una sabe que tiene confiados los seres mss preciados de cada familia.


Una de las cosas más difíciles que pocos saben sobre ser maestras, es la constante planificación y supervisión que se tiene cuando se trabaja. Yo estudiaba tercer año de sociología que era increíblemente demandante intenso, pero mi trabajo como maestra me exige mucho más. Todo debía estar preparado y planificado.


Pero lo peor son las supervisiones, son sorpresa y nadie te avisa, un buen día a una hora cualquiera, la supervisora entra en tu salón, agarra la carpeta y se sienta en algún pupitre vacío. Así sin más está evaluando en vivo como haces tu trabajo, si cumples con los planificado. Como yo además trabajaba con población con discapacidad, tenia que hacer planificaciones individualizadas acorde a los intereses y potenciales de cada uno de mis estudiantes.


Las supervisiones nunca fueron emocionalmente sencillas de pasar, a nuevas y veteranas nos daba susto tener a la coordinadora allí sentada durante una hora. En toda mi vida profesional posterior nunca he sido evaluada con tanta rigurosidad y sin previo aviso.

Sin embargo entiendo las razones. Educar es una tarea que implica una responsabilidad enorme, y se debe cumplir correctamente todo el tiempo, así que una supervisión sorpresa en teoría no debería cambiar nada. Pero no me imagino hoy en día tratando de hacer mi trabajo con mi jefe sentado a mi lado diciéndome tranquila sigue que solo te voy a ver y revisar aquí que estás siguiendo el plan que estableciste para hoy.


Y de pronto todos entramos en el aula

La pandemia y la cuarentena nos sorprendió a todos. Muchos pensábamos que sería cosa de un par de semanas. Yo quedé sorprendida cuando vi el anuncio de las escuelas cerradas, y más aún cuando el anuncio se postergó. Pero cuando las cifras siguieron subiendo de manera tan estrepitosa y era un secreto a voces que el año escolar terminaba en casa, entendí que todo iba a cambiar.


Las escuelas se ajustaron todas a ritmos distinto, en las redes los padres empezamos a ingeniárnoslas (y desesperarnos) sin saber qué hacer. Valoramos más que nunca tener la escuela y nos dimos cuenta de cuánto nos perdíamos cada día, o cuanta falta de preparación tenemos para abordar ciertos asuntos.


Y tarde o temprano empezaron las clases virtuales. Y de pronto, todos los padres estuvimos en el salón, todos sentados frente a la maestra.


Era una realidad diferente, sin poder ver que tenían los niños en las manos o si esconden algo bajo la mesa, las diferentes aplicaciones que a muchas les tocó aprender sin mayor tiempo para prepararse, eran ahora el salón de clases infinito, sobre el cual no tenían ya ningún control. Una de las maravillas (y retos) de ser maestra es que el salon es un reino en el cual se gobierna a derechos plenos. La primera vez que estuve en clase virtual con mi hijo, puede reconocer en la cara de su maestra mis nervios antes la supervisión. Pero yo jamás tuve a todos los padres de sorpresa en mi clase, y menos aún todos los días. Ese día me sentí mas cercana a ella que nunca y le agradecí su trabajo con más fuerza.


Como mamá es fácil ver la clase y criticar, pensar que antes los niños estaban 8 horas en la escuela y ahora solo daban pocas clases por video llamada y enviaban las asignaciones. Sin embargo como mamá que estuvo en un aula, puedo imaginar cuánto trabajo fue cambiar de estrategia y de espacio de la noche a la mañana.


Yo hoy le doy una manzana a todas esas maestras que, sin previo aviso aprendieron de redes y tecnologías, encontraron computadoras, grabadoras y recursos audiovisuales, y extendieron su aula a los padres y el mundo, y superando sus miedos le dieron a nuestros hijos sensación de continuidad y seguridad en un momento incierto y confuso.


Yo personalmente creo que la educación en casa, me considero afortunada por tener las herramientas pedagógicas para educar a mis hijos, pero no solo he escuchado otras madres añorar el regreso a la escuela con fervor, sino agradecer que la maestra estuvo allí, mientras algunas otras sin decoro han hecho hincapié en las fallas que han descubierto.


Para mi el final de año fue el momento de dedicarme a las maestras, usualmente cada año me esmero en darles buenos regalos porque mucho les agradezco estar con mis hijos y guiarlos en un espacio que a mi no me pertenece, pero este año en particular mi admiración es más profunda, y quiero dibujar con mis letras mi respeto y admiración por todas las maestras que, dejaron de lado sus miedos y prejuicios, y siguieron su ética y vocación y les dieron todo lo que pudieron a nuestros hijos.


He querido hoy dedicar una manzana a todas las maestras y declararles mi veneración y respeto infinito, simplemente gracias por estar allí. Han sido estupendas y lo agradecemos más allá de lo que un regalo y las palabras pueden manifestar.







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