Hacer lo que se considera personalmente correcto a veces es difícil, y no tiene que ser lo más popular, de hecho no tiene porque ser popular en lo absoluto. Cada quien tiene criterios que considera adecuados por razones profundamente personales y, solo por eso, son infinitamente válidas. Adicionalmente, lo correcto cambia con el tiempo y las circunstancias, las cosas que me parecían correctas hace unos años, hoy en día no son imaginables.
Y allí es cuando dos conceptos que me encanta recordar son relevantes: tolerancia y respeto.
La tolerancia es una obligación, se acata pero no se cumple, se acepta porque no queda otra. Mientras que el respeto implica compromiso y empatía, no se trata de estar de acuerdo, pero hay un pacto de convivencia y, sobre todo, de valorar al otro como igualmente importante.
Ser feminista es un ejemplo. Yo soy de las feministas que defienden el derecho a que la mujer decida sobre su cuerpo y, eso implica que estoy a todas luces y en todo sentido, a favor del aborto. No espero que todos mi amigos y conocidos estén de acuerdo conmigo, tengo geniales conversaciones con personas que se definen pro vida y escucho sus argumentos y respeto su posición, aun cuando no la comparto, espero que no se me llame asesina de almas sin nacer, si no lo que soy, una feminista que cree en el derecho de la mujer sobre su cuerpo.
Desde mi punto de vista disentir es sano, el mundo sería profundamente aburrido si todos estuviéramos de acuerdo, y sobre todo peligroso. Porque no existiría diversidad, que para mí es vida y alegría y la celebro en todas las esferas de la cotidianidad. Es por eso que los radicalismos no me agradan, cuando un punto de vista es el correcto por definición, solemne y sin fisuras ni espacio a crítica, me incomoda y me molesta, me parece que a todas luces implica violencia contra mi libertad de disentir.
Pero lamentablemente, aun en este mundo líquido y fluido, hay una verdad dominante, una manera correcta, y sobre todo hay prejuicios a la orden del día.
El derecho a disentir ha sido difícil y doloroso
Siempre fui rebelde, bastaba que en mi casa se dijera una cosa para que yo hiciera la otra. Aun así, una y otra vez me tocó someterme al orden, porque el mundo no está hecho ni listo para la rebeldía, y ésta en sí no es un valor, sino todo lo contrario. Lamentablemente, a casi todos los rebeldes, más tarde o más temprano nos toca someternos, aunque sabemos que se trata de un sometimiento momentáneo. Yo sí me tuve que poner zapatos de tacón para encontrar mi primer trabajo, pero una contratada en la Startup que quería, regalé todas mis camisas manga larga…a mi no me va eso que la gente llama vestirse bien, porque para mi estar bien es estar cómodo, y yo estoy bien en jean, franela y tenis, tanto así que solo tenía sino dos camisas “serias” para cuando me tocó ser entrevistada otra vez…
Eso me ha costado caro, he sido segregada de espacios por pobre, por tener la piel más oscura de lo aceptado, por no ser académicamente correcta, por fea y desarreglada, me han discriminado por radical y por conservadora, por no llevar maquillaje y negarme a usar zapatos de tacón, esos que como me explicaba una amiga, “solo eran incómodos para caminar”. Pero es que yo solo uso los zapatos para caminar. Adicionalmente me han dicho lesbiana y prostituta muchas veces pensando que eso es una ofensa, y una y otra vez me pregunto ¿por qué las decisiones relacionadas a la sexualidad de una mujer son ofensivas?
Es agotador, a veces uno se cansa de disentir, sin embargo, hay algo dentro ardiendo con fuerza intensa, la energía vital le digo yo, que no permite dejar de soñar con un mundo diferente, y después, al poco rato de “comportarse” como el resto, la rebeldía vuelve y salgo yo con mis cosas, o como me gusta decirle, con mi originalidad.
A veces lo que no se considera correcto por la mayoría, realmente lo es
Para las mujeres el disfrute y empoderamiento sexual están prohibidos. Ha cambiado es cierto, pero los estereotipos de “madre virgen puta” (como se llamaba un libro que compre solo por el título y nunca lei) siguen vigentes.
Una cosa que siempre me molestó fue la pacatería colectiva al ver a una mujer comprando preservativos. En términos de salud sexual, usar preservativo es imperativo cuando no se está en una relación absoluta y bilateralmente monógama, pero al mismo tiempo su uso está lleno de tabúes y mitos por muchas razones.
Por un lado muchos hombres inventan toda serie de excusas en torno a las sensaciones y falta de placer y, por otro lado, al menos en mis años de soltería, la mujer que tuviera condones en la cartera y exigiera su uso, indicaba que era muy activa sexualmente, puta pues, diría mi abuela.
A mí me encantaba hacer activismo de farmacias, más de una vez me pasó que al llegar y ver a una mujer pidiendo en susurros una caja de preservativos, el farmaceuta, claramente para avergonzarla, gritaba sin decoro re preguntado. Era super divertido intervenir usando el mismo tono alto, “dos cajas de condones de los extra fuertes por favor, ah no y también uno de sabores tropicales”, porque pues no venía de más comprar una para mí.
Una vez me robaron la billetera y coloqué en un pequeño bolso todos los esenciales que necesitaba para salir de fiesta. Un amigo me pidió el bolso para usar mi teléfono y su cara de asombro fue absoluta, lo primero que había al abrir era un preservativo.
En lugar de burlarse de una mujer, o discriminarla, deberíamos felicitarla por hacer sencillamente lo correcto, por decididamente disfrutar sin poner en riesgo su salud sexual y reproductiva.
Y de nuevo me toca enfrentar la mirada acusadora de los otros
Una vez más estoy haciendo lo que nadie quiere hacer, y aunque me parece correcto me toca dar explicaciones que sinceramente no me parecen necesarias.
Después de varios meses de encierro y ya no sé cuántos muertos, porque honestamente dejé de seguir las noticias o enloquecía, parece que en el mundo llegamos, al unísono, a la decisión de regresar a la normalidad.
Personalmente, la pandemia y el encierro que tanto nos advirtieron las películas y novelas de ciencia ficción qué pasaría, reconozco que me golpearon emocionalmente. Pero asumí sin pataleo que no había retorno a lo normal, que el mundo había cambiado, sin embargo, muchos a mi alrededor sienten que volver a lo normal no es solo una posibilidad, sino una obligación con nosotros mismos, con la economía y con nuestros hijos.
No impido a los demás su derecho a reunirse y celebrar, a creer que la pandemia fue creada por las redes, que solo se trató de una gripe más o que la inmunización colectiva es la mejor estrategia. Me parece que es perfectamente probable que tengan razón y celebro el entusiasmo con el cual retomaron la normalidad interrumpida.
Yo solamente quiero salir con mi máscara tranquilamente, sin que me vean como loca. Yo solo quiero no ir a fiestas, ni reuniones ni campeonatos, ni parrillas, hasta que haya un medicamento o una vacuna, hasta que los datos por aquí y por allá no sean confusos, y sobre todo quiero hacer lo que quiero sin tener que pedir disculpas reiteradas veces y presentarme como paranoica.
¿Por qué aun hoy en día, en el mundo se nos dice que somos iguales pero unos siguen siendo más iguales que otros? ¿Por qué una vez más hacer lo que se siente correcto es causa de rechazo y casi de vergüenza?
Yo salgo a la calle lo menos que puedo, he tomado este tiempo para reflexionar y hacer cosas diferentes, para disfrutar espacios solitarios y compartir en familia, pero una vez más me siento como hace 20 años cuando en pleno ejercicio de mi libertad y mi soltería, sin hacerle daño a nadie, y como hoy, cumpliendo con lo que pedía la OMS, militaba por el uso del condón. Antes era puta ahora soy paranoica. La verdad es que ni de letra en el alfabeto he cambiado.
Han pasado los años, estoy en un país distinto pero de nuevo siento que se me hace cuesta arriba hacer lo que siento que es correcto. Y no voy a dejar de hacerlo, yo no, ademas ya tengo 44 y las presiones me van importando menos.
Una vez más, me siento luchando contra molinos de viento, gritando un sinsentido que nadie ve, porque no quiero vivir en un mundo de tolerancia, no quiero pedir permiso y disculparme por hacer lo que considero correcto, yo sueño y quiero para mi y para mis hijos un mundo en el cual se viva, se respire y se disienta con respeto.
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