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Vivir con máscaras, y poder quitarlas

Foto del escritor: AleAle

Hace 25 años tomé la decisión de hacerme un tatuaje. Me tomó 20 años realmente hacerlo y en el camino cambié de opinión sobre el diseño.


Estaba muy decidida a tatuarme las máscaras de teatro: tragedia y comedia, sentía que me identificaban mucho. Siempre me ha gustado hacer chistes y vivir todo a broma, cuando no estoy en tono novelero. Así que tal cual, vivía entre comedia y tragedia. También, había hecho teatro durante los últimos años del bachillerato y me había convertido en Socióloga, que al final del día es el estudio de los roles, las máscaras sociales.


Esa es una de las definiciones que más me gusta de la Sociología, porque presentarnos como actores sociales, en situación me parece que expresa con una riqueza y detalle excepcional el transcurrir del día a día. No soy igual con mi máscara de mamá que mi máscara de vecina, o en mi trabajo, o una fiesta familiar. Pero es que además, en cada situación, la máscara tiene sus bemoles. Una cosa es mamá en casa preparando torta de cumpleaños y otra es mamá a la salida del campeonato de artes marciales. Tienen sus ventajas y desventajas, algunas pesan más o menos o se ajustan mejor o peor. Al final del día son tantas las máscaras para sortear todos los roles y responsabilidades que no faltan los chistes en redes sociales sobre cómo empezamos a confundirlos.


Vivir la vida, como un baile de máscaras


En esta metáfora, el Fantasma de la ópera, describe la realidad de nuestro tiempo. Son tantos los requerimientos que tenemos, que la vida se pasa tras máscaras. Y paradójicamente es detrás de una máscara que podemos mostrar aquello que se puede llamar el verdadero ser, que quizá es una mezcla de todas las máscaras o quizá es la negación de todas ellas.


Lo que más alegremente diría Celia cruz, definiendo “La vida como un Carnaval”. Entre risas y bailes, para algunos, ese espacio de anonimato detrás de las máscaras, es cuando podemos realmente mostrar quienes somos, y logramos disfrutar ese momento maravilloso en el que todos mostramos quienes somos con total autenticidad, cuando visiblemente, tenemos el rostro oculto. Y allí la paradoja, donde los límites se hacen difusos entre la máscara y la persona, entre la situación, y las expectativas del otro o de uno mismo.



Usar la máscara o que la máscara te use


Uno de los problemas de esta danza, es que a veces la máscara se confunde con la piel, y deja de ser un instrumento para pasar a ser quien nos gobierna. Usando la sabiduría de Spider-Man, macerada en mis 14 años de maternidad, creo que es un excelente ejemplo familiar para casi todos.


La máscara que usa Peter Parker, lo protege y le ayuda. Él puede hacer el bien y mantener a Spider-Man a salvo. Mientras Venom, esa criatura del espacio, parece una máscara pero no lo es. Toma a la persona y la usa, desdibujando el deseo que se tiene y en esencia quien se es.


A veces dejamos de hacernos conscientes de que solo se trata de una máscara, y pasa a tomar vida propia, y allí dejamos de ser nosotros mismos para ser solo títeres de la situación, y empezamos a hacer cosas, a veces sin ser las que queremos hacer. Por ejemplo, nos convertimos en adictos al trabajo, y a pesar de querer pasar tiempo en familia solo estamos trabajando porque es lo correcto hasta que ya hasta olvidamos ese deseo, o somos madres de bebés eternos, y así, en tantas situaciones en las que el rol pasa de ser un traje a la propia piel.


Las máscaras tienen un valor, nos protegen, así como las necesitamos durante los años de la pandemia, necesitamos roles para vivir en sociedad. No voy a triunfar laboralmente si me comporto como mamá en la oficina, no cuento chistes en un velorio, no cuento mis secretos personales en la reunión del condominio, ni hago comentarios incómodos frente a los amigos de mi hijo adolescente. Pero debo recordar dejar la máscara cuando llego a mi lugar seguro, donde puedo ser yo sin ser juzgada ni evaluada, donde soy más que suficiente y no necesito protección.


El temor a la incongruencia


Y creo que parte del problema es esa necesidad de armonía ficticia. Porque lo congruente es muy personal y subjetivo, pero no para el status quo. Entonces para evitar entrar en contradicciones y merecer críticas no solicitadas, parece ser mejor aparentar lo que no somos, y vivir una vida ficticia en la mayor tienda de máscaras gratuitas que hemos podido inventar: las redes sociales. Donde los deseos se hacen realidad en un mundo que no existe pero que nos creemos, donde las arrugas se borran con filtros, los kilos de más desaparecen, todo el mundo tiene dinero y las parejas se declaran amor infinito.


A mí me gusta el arte abstracto y las cosas que no combinan, lo cual puede ser incómodo o inaceptable para otros. En todo caso, las máscaras sociales, necesarias para interactuar en grupos, deberían dejarse de lado en la intimidad. Eso es para mí el hogar y la amistad, ese espacio donde la tragedia y la comedia se dejan de lado, para darle paso a la honestidad y la vulnerabilidad, donde no hay vergüenza pero sí mucho valor y respeto.





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